lunes, 9 de mayo de 2011

Brindis para una bohemia

 “Sí. En la vida uno pierde muchas cosas, pero los sueños siempre están porque los ponemos a una altura difícil de alcanzar… y no se alcanzan sólo soñando, sino peleando, luchando, poniendo empeño. La realidad puede distanciarte de aquellos sueños, pero a veces pueden tocarse.”      
                                                                                  Joan Manuel Serrat



                                            Como fue

Gabriel Tzunami Walcott y Gaspar Nuevelunas de Miranda conversaban animadamente de esto y aquello con energía y gran sentido del humor. A ratos reían o tarareaban al unísono las notas de alguna vieja canción. Se notaba en ellos la complicidad conseguida tras compartir durante los pasados seis meses el colaborar con la redacción de La Vieja Noche. Sentados, compartían también una de las mesas redondas elegantemente vestidas de negro distribuidas por el amplio salón, de tope de lunas llenas de tonalidades grisáceas y arreglo floral de aves del paraíso, ramas secas y grandes hojas verde monte, con Johanna y Eliezer, Osvaldo y Natalia, Rosin, Gysenia y Gladys.
     -¿Cuál es la historia de esta bohemia?- preguntó Gabriel, como quien se pregunta en voz alta sobre una idea que ya ha comenzado a rondar en su cabeza.
     -A la vista está -dijo Gaspar-, apurando un sorbo de “Juanito el andariego”, etiqueta negra. …Y por escribirse- añadió-. Su mirada recorría el salón, observaba la fiesta.
     Más de un centenar de amigos de La Vieja Noche, de la más amplia diversidad –entre ellos: actores, músicos, cantantes, sindicalistas, veteranos guerreros independentistas, jóvenes estudiantes universitarios, profesores, y figuras de la política-, se juntaban aquel viernes para celebrar, con una Bohemia, el primer semestre de vida de este periódico cibernético.
     Al fondo, en la tarima habilitada especialmente para la ocasión, la elocuencia del cuatro en las manos de Prodigio y el acompañamiento de sus músicos abrían la actividad con interpretaciones dignas de un gran finale.
     Cerca a la puerta de entrada, un joven se ufanaba en recolectar las invitaciones y recuperar dineros. En el mostrador del bar, con una copa de vino entre los dedos, Paquito, que putón suele recitar de Sabina “sólo sé que algunas veces,/ cuando menos te lo esperas,/ el diablo va y se pone de tu parte”, buscaba conversación con la joven que servía los tragos y le regalaba una sonrisa. “Coqueta” –pensó-, buscando de reojo, cual zorro viejo, entre las mesas a Carmen, su mujer. Ojos que no ven… boca que no miente ni quiere meterse en problemas. Estaba listo para otra copa. La malicia llevaba prisas por estrenar. Y él no le había dicho que le resultaba apetecible, que las mejores promesas son las que no hay que cumplir y si te he visto no me acuerdo, si te visto sí, que...
     A unos pasos, los que recién arriban al lugar disfrutan de la sangría de don Manolo, entre platitos de queso fresco, jamones, tortilla española…
     -¿Te consigo otro güisqui? –le preguntó Gabriel.
     -Por favor, amigo.
     La noche, que no es ajena a conjuros, aunque apenas comenzaba lograba el mágico efecto de afectar a todos sin hacer caso de nadie en particular. Se llenaba de “Entre espumas”, “Delirio”, “Nosotros” ...
“Rebeldía”.
     En la mesa cercana, conversaban Paky, Calixto, Osvaldo, Gladys y Juan Dalmau. Quizá de que la vida es aún para nosotros una puerta sin abrir, que no han muerto los dioses, que el presente y el futuro se juegan a la limón en el país del nunca jamás. O de aquellos versos hecho canción que nos habla de cuando los niños nacen viejos,/ cuando la carne sabe a carne de cañón,/ cuando los ángeles blasfeman,/ cuando las secretarias lloran/ y cada aurora es una nueva decepción… cuando… ¿Cuándo? Quizá.
     De pronto, sube a la tarima Jerry Rivas. Y su voz, y el ritmo y sabor caribe que ya nos ha hecho la noche, encendió con el junte el estruendo musical. ¿Cómo fue? No sabría decirles cómo fue, y menos explicarles que pasó… Ángel, Otho, Primitivo y Dwight parecían hojas otoñales llevadas al viento por sus respectivas parejas. Y mientras las notas se alzaban al vuelo… ellos, tratando de discernir el sonido en el aire, habían querido entrar al baile que recién se formaba al costado izquierdo del salón.
     -Mi amigo- interrumpió Gabriel-, colocando el vaso de güisqui sobre la mesa.
     -Gracias. ¡A tu salud!
     -Pues, un brindis- exclamó Gabriel-. ¡Brindo porque sean las emociones y no las arrugas las que marquen tu rostro!
     -¡Por los vigilantes guerreros!
     -¡Por los constantes!
     -¡Por la armonía entre las diferentes visiones y estrategias!
     -¡Por el cantar, el reír y el conversar!
     -¡Por los apretones de manos! …¡por cada abrazo!
     -¡Por este espectacular encuentro!
     Gaspar y Gabriel brindaban por estar allí. ¿Cómo resistirse al hechizo si tuvo la culpa una canción?
     Yo, quisiera brindar por el afecto personal, ordinariamente recíproco, fortalecido con el trato que llamamos amistad. Entre las tantas y muy variadas que me ha dado la vida… ¡por la tuya!…

(Continúa mañana)



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