martes, 20 de abril de 2010

Amigos

“…y salí a la calle y todo seguía igual, el mismo sol, el mismo ruido, la misma gente, sin que pesaran sobre nadie en concreto los negros nubarrones del porvenir. Y cuando pasé por el parque alzaron, como siempre, su precavido vuelo las palomas”.

                                                                           Fernando Vallejo (La virgen de los sicarios)


Las doce de la medianoche y la ventisca aún mantiene en el remolino de sus aires el incesante murmullo de las cosas por contar. Bajo los efectos del hechizante conjuro, he pasado largas horas aquí, en la mesa del traspatio, entre libros, mi laptop, papeles y una hermosa y fresca rosa roja, ya sin espinas, obsequio de un corazón que logró vencer sufrimientos, desengaños y traiciones de los frutos que de su entraña parió de mala simiente; rodeado de las palmeras y flores que en ocasiones he descrito anteriormente, mis dedos sobre el teclado trabajando en La fiesta de los ausentes. Metido entre personajes que vienen, van o desaparecen junto a las hojas que Céfiro arrastra a su antojo, así llamaban los antiguos al viento que viene del oeste. A veces, el releer lo recién escrito provoca ideas nuevas o quizá el resurgir de interrogantes ya viejas. Y entonces, me veo flotando en un mar de posibilidades. Mecido sobre oleadas de causticidad; arrastrado por corrientes que trajeron consigo ecos de un malvivir olvidado, lo quedado en el transcurso a una vida plena. Esto suele suceder cuando se escribe entre el pasado y lo imposible. O historia de distraídos con ojos sólo para los sueños; historia de amores que gritó la carne; historia de románticos embelesos; limbo con nombre de poblado y aroma salitroso costero; autobiografía en baile de máscaras; placer del hacerlo por hacerlo…
Provocar. Implícito esta en la literatura. ¿Por qué no? Por aquellos amores vivos, por otros que nunca fueron, por esos amores que aún vagan entre dos mundos inciertos. O quién sabe… ¿Dónde se ha ido? Aquel amor de mi querido pueblo que por nacer nació ya muerto.

Dormita, acurrucado al pie de la mesa, Si Sobra, mi anciano perro. Hay quienes aman a los perros y los respetan. Y hay quienes tienen una concepción muy negativa de ellos. Mi perro es como el Barbián del cuento de Francisco Ayala, tirado el día entero. Atontado. Ni despierto ni dormido. Ciego. En fin, que es una calamidad. Pero “el perro Barbián del cuento de Francisco Ayala, tenía orejas largas peludas y grandes manchas color canela oscuro sobre su piel blanca”. Si sobra tiene las orejas cortas, puntiagudas, el pelo a ras liso, del negro azabache de los perros del averno. Parecido por cierto al Anubis, el perro guardián de la cámara sepulcral del faraón egipcio. Aunque también, como Barbián, por aquellos años, Si Sobra gozaba de la energía de un Argos, el perro de Ulises que inmortalizara Homero. Al asomarse el sol, mi perro me despertaba en medio de un concierto de ladridos e intentaba entre sus muestras de afecto su baboso lamer pues eran aquellos sus besos. Y me seguía del traspatio a la biblioteca, hasta el jardín interior aledaño, donde en domingo de mañana, al compás de salsa de la gorda que se escucha de casa de Franqui y Magüy, oriundos de Tras Talleres, Figueroa, La Colectora en Santurce, suelo leer el ejemplar del periódico El Día impreso. Y me seguía por la vecindad entrada la tarde. En la noche, de regreso, cual soldado amigo a los pies de la cama velaba mi sueño. Hoy me acompaña en mis lecturas, mis horas de escritura, tiempo de ocio; el día entero… En lo que a mi respecta no puedo esperar de él mayúscula demostración de leal afecto. Ligado a nuestra vida misma, a su tiempo y mi tiempo, la proximidad de su partida o la mía es conciencia de ida sin regreso. Después de todo esta historia lo que esconde dentro es la hermosa amistad de dos otrora callejeros.

Yo me crié en la calle. A Si Sobra, de la calle lo trajeron. Se pasaba de aquí y allá a más allá de la casa de Berta, la prieta culona de la cuarta, en Lomas Verdes. Si sobra la conocía y esperaba a que ella echara las sobras de carne y vísceras atrás en el basurero. De cuando en cuando ella le tirara el hueso de una pata de jamón que le traía cada semana el carnicero, su marido, a quien todos allí en la cuarta conocían como Bebo. A casa me lo trajeron -la tarde que a unos granujas le dio por tirarle el auto encima y atropellarlo al sorprenderle comiendo- la prieta culona Berta y su marido Bebo, el carnicero. ¿Por qué siempre habrá quienes se gocen abusando de animales, haciendo papel tan triste, logrando tan sólo en ello el efímero goce que al parecer disfrutan un grupito de pendejos que no han bajado del árbol que habitaron sus ancestros. Yo era entonces su cliente: de la prieta culona Berta y su marido Bebo, el carnicero. Cliente de lunes y viernes, días que jugaba dominó y compartía con ellos. Allí corrían las butifarras, morcillas, la carne de cerdo, güisqui, ron blanco y cañita “del bueno”, y se cantaban milongas y se bailaban boleros bajo el frondoso árbol de mangó que según ellos sembraran sus abuelos. El negocio en luces de neón anunciaba: La Carnicería del Bebo y la Berta. Y escrito en palabras más pequeñas, “la mejor carne no pellejo”. Pero ese día llegaron a mí con Si Sobra en brazos, herido, por ser yo amigo y vecino de Christian, prestigioso “cura perros”. Y desde ese mismo momento, como en casa ni hubo ni habrá amos, ni tampoco había entonces ni habrá nunca otro perro, Si Sobra se quedó conmigo, nos fuimos haciendo compañeros.

Desde tiempos inmemoriales, perro ha sido más bien sinón a lo miserable, cólera, maldad -como ha podido llegar a verse-, incluso al vagabundeo. Llegó una época en que entre israelitas se llamaba "perro" al que no estaba en el pacto con el Dios de Israel o adoraba otros dioses o creía en mensajes de los muertos. Y vemos que en la llamada Sagrada Escritura abunda esta especie de “cogida” con los perros; en Apocalipsis: “¡Felices los que lavan sus ropas, porque así tendrán acceso al árbol de la vida y se les abrirán las puertas de la ciudad.” De seguido: “Fuera los perros, los hechiceros, los impuros, los asesinos, los idólatras…”, O sea, a vivir a la intemperie compañero. Y en otras partes advierte despectivamente: “Se les aplica con razón lo que dice el proverbio: El perro vuelve a su propio vómito y el cerdo lavado se revuelca en el barro”. Hoy ronda una versión moderna aplicada a los humanos, de uso y costumbre en conversaciones donde más de una mujer acusa al hombre de ser como la mosca (no hay que negar que con alguna razón): “Capaz de dejar un suculento bizcocho por una plasta de mierda”. ¿Niegas que alguna vez alguien te lo haya dicho? Si estás libre de culpa tira la primera piedra… ¡Si hasta se ha llegado a decir que el día de los padres es el día de los perros! En 1 Samuel: “El filisteo dijo a David: ¿Acaso soy un perro para que vengas a atacarme con palos?”. Y aquí se da por bueno el maltrato acostumbrado a los animales. 2 Reyes: “Quemarás sus fortalezas, matarás a espada a sus jóvenes, aplastarás a los niños y abrirás el vientre a las mujeres embarazadas. Jazael dijo: ¿Cómo podré yo, que soy menos que un perro, llevar a cabo tales hazañas?”. Se le considera bestia cruel, incapaz de afecto.

De relatos que preceden los tiempos de las narraciones y costumbres recogidas en los libros que conforman las llamadas Sagradas Escrituras, y del folklore de pueblos y naciones alejados de las tierras palestinas, nos llegan otras. “Para acordar la paz tras una guerra, entre los kavirondo, en el Africa oriental británica, los vencidos cogen un perro y lo cortan en dos trozos. Cada una de las partes (vencedores y vencidos) agarra respectivamente los cuartos delantero y trasero del dividido animal y promete mantenerse en paz y amistad sobre la mitad del perro que tiene en las manos. Y entonces alguien grita: “Que el hombre que rompa este acuerdo de paz muera como este perro”. (Ver El folklore en el Antiguo Testamento, James George Frazer, Fondo de Cultura Económica) Y así queda sellada la paz con esta horripilante falta de cordura.

Sin embargo, en el siglo IV antes de la era cristiana, los cínicos: filósofos llamados perros, rompiendo toda regla pisotearon las convenciones de la sociedad de la época con actos de insolencia sobrenatural, reflexión y desprecio de las costumbres del hombre: “digno de todo dios del conocimiento, libidinoso y puro” Y de ahí que debamos aprender de estos filósofos el que “somos todos ridículamente prudentes y tímidos: el cinismo no se aprende en la escuela. El orgullo, tampoco”. Los cínicos perros nos desnudaron. Y nos mostraron más despojados de moral que lo que lo hiciera la comedia de la época o los anunciados Apocalipsis de todas las culturas. Y ello principalmente desde los lugares públicos, las plazas y las calles; lugares comunes del perro callejero. Mis respetos por los cínicos llamados perros: Diógenes («En los juegos olímpicos, habiendo proclamado el heraldo: "Dioxipo ha vencido a los hombres", Diógenes respondió: "Sólo ha vencido a esclavos, los hombres son asunto mío".» (Ciorán, El “perro celestial), Antístenes (padre fundador de la escuela cínica, llamado “el Verdadero Can”), Crates o Hiparquia (Ambos tenían relaciones sexuales en público “cómo si se tratara de un happening para los caminantes”). Ellos aspiraron a identificarse con la “simplicidad y desfachatez de la vida canina”. Todo esto ha sido estudiado -entre otros- con particular inclinación por Michel Onfray (Ver Cinismos/ Retrato de los filósofos llamados perros, Editorial Paidós, SAICF). Impongámonos, acorde al cinismo perro de hoy, la tarea de “arrancar máscaras” y destruir mitos de la sociedad actual.

Retomando el hilo, pasados varios años, más de diez creo yo, me enteré por la radio que un escopetazo en el estómago dejó al carnicero tirado bajo una res que colgaba en el corredor al interior del refrigerador de La Carnicería del Bebo y la Berta. La culona y prieta de la Berta quedó sin vida sobre la caja registradora con los puños crispados sobre una camisa a cuadros que arrancó a su asesino. A las seis y treinta y cinco de un sábado en la tarde, entraron a robarle y su día terminó. Fueron tres los culpables, uno de ellos el que a Si Sobra atropelló. Hoy los tres se pudren tras las rejas. Se dice que el de Si Sobra no disparó, pero afuera quedó velando a que nadie más entrara. Confesaron su horrendo crimen. Y aunque han pasado los años no puedo negar que celebro que se pudran en prisión. La verdad manifiesta que ello hoy nada resuelve (su familia anualmente pide al gobierno su perdón). Ha llegado a mis oídos que el que a Si Sobra atropelló es el más arrepentido, después de todo a nadie mató. Y al volver la vista a la mesa, entre los libros, papeles, la laptop, encuentro la página abierta de unas notas que Vallejo, en La Virgen de los Sicarios escribió: “Hace dos mil años que pasó por esta tierra el Anticristo y era él mismo: Dios es el Diablo. Los dos son uno, la propuesta y su antítesis.” Y mi mente quedó en blanco, por un rato se fundió.

A las tres de la madrugada mi nieta se levantó. Se allegó hasta el traspatio con Gloria, su osita de peluche en brazos. ¿Hola Papi, que haces?, me dijo llegando hasta mí. Escribo sobre unos perros, y Si Sobra…, le dije. Pues cuéntame, quiero… ¿No? Y sentándose sobre mis rodillas en mi pecho se acurrucó. Y como es la luz de mis ojos y manda en mi corazón, me olvidé de si Dios era el Diablo, de la culona Prieta Berta, de Bebo y quien los mató, de continuar trabajando en La fiesta de los Ausentes que era lo que en principio me encontraba haciendo yo. Me acordé de aquellos perros que un gran amigo, mi hermano diría yo, a sus sobrinos nombraba para robarles el corazón: Le hablé de Fifí, aquel perrito flaco, combinación entre poodle y chihuahua miniatura, que tenían Pancho y Ramona en la tirilla Educando a Papá. De Garrapo y Bala, los perros de Tapón y Luisa, y de Etelvina, una amiga de Luisa de las guindas. Y mi nieta se reía de aquellos nombres y personajes que no conocía. Y le conté de Whitey, el perrito de Mary, novia de un detective llamado Boston Blacky que trabajaba bajo la supervisión de un tal Inspector Faraday. Whitey mordía y rasgaba el pantalón de los malos… Y yo gruñí como perro e hice todas las payasadas que es capaz de hacer cualquier abuelo. De pronto Rintintín, el perro pastor-alemán soldado, bajo el cuidado del Cabo Rusty, el sargento Ohara, el teniente Rip Master, saltaba sobre un maleante que atacaba a un herrero, atravesaba campamentos de indios sin ser visto o salvaba vidas de gente en peligro de muerte; Otto, el perro de Beto el recluta; Scooby Doo, el gran danés cobarde pero bueno. Y luego le dije de un perro con capa roja que volaba como los pájaros y aviones. ¡Era Kripto!… el perro con superpoderes de Superniña, la primita de Superman, que también podía volar, tenía visión de rayos x, era super fuerte, no la mataban las balas,  el era un perro de acero, más veloz que el tren… Para ocultar su personalidad de perro superhéroe se quitaba la capa roja en las tardes y se ponía espejuelos tradicionales, feos, de montura negra, y se hacía el débil y pendejo, y en ocasiones le hacía las vacaciones a la caperucita. Y seguí mencionando perros e inventé los nombres de los 101 Dálmatas, pero mi nieta se había dormido. Eso de perros volando, personajes de tirillas de tiempo de Maricastaña, y los nombres de los dálmatas no iba con ella. Ella sabe de Sachi, la maltés de su prima Ana, de Guffy en Disney, de Lulú y Lily, de Elmer, de Beethoven, el gracioso y valiente San Bernardo… y por supuesto de Si Sobra. Los días que se queda en casa le acaricia el pelo, se sienta sobre su estómago, lo abraza… Y le habla y canta canciones: Había un sapo, sapo, que nadaba…, Mambrú se fue a la guerra…, Cangrejito, cangrejito, cangrejito de coral…, Yo tenía real y medio, con real y medio compré una perra, y la perra me dio….perritoooosss…..

De regreso de dejarla en su habitación, miro a mi anciano perro dormido, una calamidad. Recordé los días cuando en la calle o donde fuera defendía a este su mejor amigo contra cualquier peligro; defendía nuestra amistad como Cerbero las Puertas del Infierno, parecía un animal de tres cabezas y de su pelo cerca a las orejas una melena de venenosas serpientes amenazaban con morder y alejaban al peor de los enemigos. En verdad hoy no me sirve para nada… a no ser su compañía… Y es aquí cuando me acuerdo que en una entrevista que leyera hace algún tiempo, que le hiciera Ivana Costa a Gianni Vattimo, el filósofo italiano, sobre religiones, la verdad, los amigos… al final expresa el filosofo en unas líneas un pensamiento que creo podría sustentar mi posición: Sin embargo, “lo amo porque a su vez soy amado y puedo amarlo libremente si no tengo las rémoras de la verdad. Está aquel viejo dicho que se atribuye a Aristóteles pero que, al parecer, no es suyo: Amicus Plato sed magis amica veritas (Amigo de Platón, pero más amigo de la verdad). Pienso que hay que dar vuelta las cosas: no se puede amar más la verdad que al prójimo: “Amigo de la verdad, pero más amigo de los amigos”.


Vídeo de fondo:

Alberto Cortez / Callejero