domingo, 24 de junio de 2012

Compañeros de luchas y de sueños


“Cada una y cada uno de nosotros tiene en su memoria un particular álbum de recuerdos felices de aquellos días… tuvimos juventud y fue vital/ No hubo besos más fogosos que aquellos que se dieron en el fragor de las brigadas muralistas. El que besó a una muchacha de la brigada… besó el cielo (nada pudo) quitar ese sabor de los labios./ Claro que cometimos errores. Éramos autodidactas en la gran tarea de transformar la sociedad… Metimos la pata muchas veces, pero jamás metimos la mano en los bienes del pueblo./ …es parte de nuestro legado feliz, de nuestra memoria feliz. Y tuvimos modales propios porque una sola palabra bastaba para saber qué éramos y qué soñábamos: Hola compañera, hola compañero. Y con eso ya estaba dicho todo. Que las palabras Compañera y Compañero suenen como una caricia, y bebamos con orgullo el vino digno de las mujeres y los hombres que lo dieron todo, que lo dieron todo y pensaron que no era suficiente.”

                                                            (Este epígrafe es una paráfrasis de líneas escogidas por mí, a propósito a manera de homenaje al compañero Oliverio Serrano, socialista chileno-puertorriqueño— , del  Memorial de los Tiempos Felices  del escritor chileno, Luis Sepúlveda)

  
Me preocupa eso de que se esté muriendo de entre los que conozco gente que no se había muerto antes, me comentó un amigo. ¡Y tan de seguido! Gente de nuestra edad o una década mayor, que si veinte años no son nada, diez mucho menos…., aunque ya no seamos unos niños, pero… A mi también, le dije. En serio. Porque son amigos muy queridos, y eran gente muy vivos, no como esos que a diario vemos caminando sin saberse muertos, a la espera de un llano donde dejarse caer; sin los sueños de los que todavía osamos con soñar, a los que nos orienta la utopía, que como razón, jamás será una mentira, lo diga quien lo diga. Si mal no recuerdo, conocí al Chileno ya más a fines de la década del setenta, unos años más tarde   de aquel 11 de septiembre de 1973 día que “marcaría para los chilenos el fin y la muerte de un modo de vida”, a decir de Matilde Urrutia, compañera de los años maduros de Pablo Neruda. “Hay un loco comunista, chileno, construyendo un barco”, había escuchado decir en Mayagüez. Yo era, por aquellos días, organizador político del Partido Independentista, me animaba algo así como los siguientes versos de Sabina: Se trata sólo de ponerse a sembrar,/ cualquier momento es oportuno,/ se trata sólo de empezar/ con ganas, no me negarás/ que lo hacen dos mejor que uno. Recuerdo que me llevó a conocerlo Henry Gronau, quien construía casas de madera y para esa época también tenía su casa-oficina en Guanajibo. Y allí estaba, frente al mar, entre aquel impresionante esqueleto de madera que iba tomando forma de barco, el hombre alto, de piel curtida al sol y  — con igual intensidad—  con huellas impresas en piernas, manos y rostro por vientos con granizadas de sal. Aquellas iniciales horas de conversación sobre como afrontar el trabajo organizativo de próximas jornadas de lucha me permitieron verlo cual siempre sería: rebelde, militante socialista chileno, inconformista, conspirador; solidario, dispuesto al combate, inmerso en todo el proceso de nuestra lucha independentista. Desde ese instante nos unió el afecto, el respeto y puedo decir que fuimos muy buenos amigos. Siempre compañero, quiso hacer de este archipiélago de islas reflejo de los aires de sabiduría, camaradería, unidad de propósitos y sensibilidades  — y hasta de poesía, esa arma tan poderosa y temida por los enemigos de los pueblos —  de la tan admirada e idílica Isla Negra que Neruda, quizá el más conocido y querido de los chilenos, legara al mundo.
         Oliverio Serrano fue de los que en su acción diaria llevó el convencimiento del hacer posible lo imposible por los caminos por nuestra liberación, aunque perseverante no ajeno al cambio de estrategia cuando el momento lo requería, pues cuando se tienen problemas serios se buscan soluciones. Fue crítico, y abierto a la crítica positiva, supo diferenciar que al venir de sinceros hermanos de lucha, de los nuestros, de los propios, esa crítica es sugerencia, buenos deseos, sano propósito de enmienda. Y consiguió llevar también, en sus ojos, como auténtico chileno, independentista socialista, el brillo de ternura esperanzadora del Pablo militante: “Usted verá todo lo que es posible conseguir cuando ellos sepan a lo que tienen derecho,  Ahora es necesario sacudirles este adormecimiento de siglos.”
         ¡Decía ver la historia bailando con las olas!  Fue un enamorado de la mar. Cuando conocí a Oliverio creí que construía un barco. ¡Y no podía estar más equivocado! En realidad construía un arca, aquel esqueleto de madera sería cubierto por la argamasa que uniría nuestros anhelos de independencia patria, política; donde todos pudiéramos resguardarnos de las tormentas propias de estas luchas; un arca con espacio para todos los que desde los más diversos escenarios de combate nos llamamos: ¡Compañero! 



martes, 12 de junio de 2012

Un hombre comprometido



                                                           A Dennis, Segal, Amalia, Fermín, Mari Mari y José


“Quisiera yo tener aquí delante en este punto todos aquellos que no creen ni quieren creer de cuánto provecho sean en el mundo los caballeros andantes”
                                                     (El retablo de Melisendra) Don Quijote de la Mancha




Cuando los pueblos parecen  quedar reducidos a la constante sensación de que su propia esencia peligra; cuando en cada amanecer se pretende torcer el advenimiento de su luz a preludio de larga noche a merced de la desesperanza; cuando abundan los que luego de analizar si les conviene o no el abandonar su zona de confort lo intentan una vez más repitiendo una y otra vez: ¡cuidado!, ¡peligro!, ¡lo mejor es mantenerse lejos!, hay destellos que alertan, resplandores como de faros; hay seres humanos, gente con derroteros específicos. En mi caminar he tenido la dicha de conocer algunos de estos seres de muchas luces. Y antier me dijeron que uno de los mejores, Juan Santiago Nieves, había partido. Él que cuidó de otros, luchó por el bienestar y se esmeró en velar porque niños con requerimientos especiales y sus familiares tuvieran calidad de vida se descuidó en la suya, no prestó atención a las señales de su cuerpo y a la insistencia de sus más allegados, estuvo ocupado – como de costumbre- atendiendo a otros.

    Ayer, al anochecer, llegué a la Funeraria en Bayamón. Y, característico de Juan, aquello era como la celebración de algún triunfo en una de sus tantas luchas junto al pueblo; el junte de compañeros y de amigos que abarrotaban el amplio salón y la Capilla se transformó en el recuerdo de una época feliz en cada una de nuestras vidas; un mar de amistad bajo el alerón de una noche a la luz de cientos de estrellas que el frío techo de hormigón de ningún salón funerario lograría ni logrará nunca ocultar. Caminé hasta la capilla luego de saludar a tantos buenos amigos y conocidos, a combatientes de las más diversas jornadas… y no encontré a Juan. Sintiéndome algo confundido salí al estacionamiento del lugar atontado, pensé en la posibilidad de los efectos causados por medicamentos que estoy tomando. Entre los autos, una señora encendía un cigarrillo. La noté distinta, distante. Al verme comenzó a hablarme de Juan. Me enteré que había caminado calle abajo, eso me dijo, que creyó verlo pasar. Y que lo observó –insistió-  por un momento, detenidamente, para asegurarse que sus ojos no le estaban jugando una mala pasada. Que él advirtió que ella lo reconoció y acercándose le dijo: en el Capitolio de Puerta de Tierra en este preciso momento intentan masacrar los derechos logrados por los trabajadores de la UTIER tras décadas de luchas; hay un pitiyanqui en Fortaleza que quiere imponer en nuestras escuelas públicas la enseñanza prioritaria del inglés mientras niega recursos a nuestros niños con necesidades de educación especial… y unos estudiantes universitarios necesitan de ayuda legal y solidaridad. Como bien sabes allí está mi lugar…

      Lo observó marcharse en silencio. Y lo vio sonreír. 

domingo, 16 de octubre de 2011

Conecte cada cual los puntos…


1. Flor de batalla

“…con el adiós más arduo/ y el corazón más nuevo”


                                                           Mario Benedetti, Habanera

La muerte –decía Saramago- “no nos quita los ojos de encima ni un minuto, hasta tal punto que incluso quienes todavía no van a morir sienten que constantemente su mirada los persigue”. Y el hecho que la muerte te llegara, Juan, es doloroso y molesto. Por desgracia la muerte es la muerte y no se toma el trabajo de hojear siquiera el expediente de nadie. Así que, al decir de otro poeta: “...se inclinan las ramas trémulas/ y parece que murmuran/ algo de las hojas secas y de las flores difuntas"... Y es que tú, Juan Rodríguez, irrepetible e irreductible líder del Comité del PIP en New York, eras flor (no de invernadero, como dijera el cantor), flor de batalla y militancia tenaz en las luchas por la independencia de nuestra patria desde las entrañas mismas del imperio y luchas por romper prejuicios; flor en modales, ética, amistad, solidaridad. Aprendiste en la práctica de unidad de acción, que no era necesariamente uniformidad de criterios; el trabajo con los dirigentes de cada sector, y reconocer errores y enmendarlos pues sabías que no bastaba la discusión sin la compañía de esa visibilidad que fortalece y nos mantiene íntimamente ligados al pueblo. Ayer mientras trabajaba en estos apuntes, el amigo Enrique Orellana -quien como tú solías hacerlo cada mañana, nos mantiene informados a través del correo electrónico- me envió algunas notas con un preámbulo de Francesco Petrarca: “No hay lugar para la razón.... contra la fuerza de la pasión” … [anhelando sirva para purificar algún mal momento que hayas tenido y sea potente luz para que aleje la oscuridad…] y un video con la última escena de la película francesa El Concierto, basada en las peripecias del Maestro Andrei Filipov (Rusia, 1980) y algunos músicos de la Orquesta del Bolshoi, despedidos por motivos políticos, al interceptar Filipov un fax del Teatro Chatelet de Paris que invitaba a la orquesta, desconociendo que la orquesta estaba suspendida. El ex-Maestro se arriesga a reunir a los músicos despedidos y se presenta en Paris como la Orquesta del Bolshoi. Y aquí va, amigo Juan, en tu memoria, el fragmento final como recordatorio de esa impresionante actuación del Concierto para Violín y Orquesta de Tchaikovsky, “cuando la música de ese genio opera el milagro y esos músicos rusos desordenados tocan como los dioses”. Estoy seguro lo hubieras disfrutado mucho. ¡Hasta siempre querido compañero!



2. Viejo amigo, ¿Cómo estás?

(Palabras, a invitación de la familia, en la Misa a José (Pepe) Bas, con sus cenizas, el viernes 30 de septiembre de 2011, en la Iglesia Santa Luisa de Marillac, Urbanización La Cumbre)

“Cuando…hayan pasado/ los temblores agónicos, / tendrá el recuerdo abiertas las puertas/a universos remotos/ donde estertores y olvidos/ se abrazan para lanzarse al vacío/ en esa eterna fiesta por la vida / que es la inevitable muerte.”

                                                                               Fragmento de Por Irse, Rufina

Su mirar de tipo bueno, su ingenua sonrisa…, su genio; su pragmática impaciencia de ingeniero; su insistente y metódica dedicación a llevarnos a interiorizar la necesidad de sacar el máximo provecho a nuevas tecnologías para propagar ideas y proyectos...; sus cámaras al hombro (parte de su armadura); el amor a Wanda, hijos y familia… su incuestionable patriotismo y su amistad sincera… Son todas características que nos recuerdan a José (el Pepe) Bas García. Pero no quiero continuar con estas y otras cualidades y cosas ya dichas sobre el Pepe; unas desde la fidelidad, la lealtad, el compañerismo…, otras… Yo quiero, porque podría hablar de amigos verdaderos, de fidelidad y de lealtad -que no son la misma cosa –, traer un emplazamiento.

Antes, permíteme contarte que hace unos días viendo una película, llamó mi atención el ejemplo utilizado por el protagonista principal de la misma en una de sus escenas: una charla motivacional. La tituló: ¿Qué traes en tu mochila? Y comenzaba más o menos diciendo: “Imagina que llevas una mochila. Haz el ejercicio mental. Siente las correas en tus hombros. ¿Las sientes? Mete en ella todo lo que tienes en tu vida. Primero las más sencillas, esas que llamamos pequeñas, las que se acomodan fácilmente en las gavetas, sobre las repisas, cosas que coleccionamos, fotos, cartas.... Siente como el peso va creciendo. Ahora echa cosas más grandes: toda tu ropa, enseres del hogar, lámparas, televisor. La mochila debe estar mucho más pesada. Entonces, ahora echa en ella: sofá, cama, mesa de comedor, auto, casa… los recuerdos. Intenta caminar. Difícil. ¿Verdad? Pues eso hacemos a diario. ¡Cargamos tanto!… hasta vernos impedidos de poder dar un paso. Olvidamos que movernos tiene algo que ver con vivir. Y te pregunto, a cada uno de ustedes individualmente: ¿Cuánto pesa tu vida?

Te estarás preguntando: ¿Y qué tiene que ver el Pepe en todo esto?

Mucho. Parte fundamental del emplazamiento, que al principio dije traería, es la invitación a quemar tu mochila. O mejor aún, a despertar una mañana con ella vacía… Y comenzar a echar sólo lo indispensable. Porque se me ocurre que durante su travesía por la agonía hasta su muerte, el Pepe nos demostró que fue llenando su mochila de caridad – caridad vista como amor, su significado real, el original; ese amor de benevolencia que quiere el bien ajeno, no el tergiversado como limosna según fueron pasando los años y las acomodaticias conveniencias en las diversas versiones de la biblia. El Pepe, desde su lecho de enfermo, en ocasiones amarrado con correas; desde su silla de ruedas; del interior del brillo de sus ojos; en sus ratos de poética locura; en fin, desde su permanente lucidez, practicaba la caridad. Y por ello quiero recordarles un pasaje que ustedes, los aquí presentes -que tienen la dicha y alegría de profesar una fe que no profeso- deben conocer mejor que este servidor:

“Aunque hablara las lenguas de los hombres y de los ángeles, si no tengo caridad, soy como bronce que suena o címbalo que retiñe. Aunque tuviera el don de profecía y conociera todos los misterios y toda la ciencia; aunque tuviera plenitud de fe como para trasladar montañas, si no tengo caridad nada soy. Aún repartiendo todos mis bienes, y entregando mi cuerpo a las llamas, si no tengo caridad, nada me aprovecha. La caridad es paciente, es servicial: la caridad no es envidiosa, no es jactanciosa, no se engríe: es decorosa; no busca su interés; no se irrita; no toma en cuenta el mal; no se alegra de la injusticia; se alegra con la verdad. Todo lo excusa. Todo lo cree. Todo lo espera. Todo lo soporta. La caridad no acaba nunca. Aún desapareciendo las profecías, cesando las lenguas, desapareciendo la ciencia. Con la llegada de lo perfecto, desaparece lo parcial. De niño hablaba como niño, pensaba como niño, razonaba como niño. Ya hombre, dejé todas las cosas de niño. Ahora veo en un espejo, en enigma. Ya veré cara a cara. Conozco de modo parcial, conoceré como soy conocido. Hoy subsisten la fe, la esperanza y la caridad. Pero la mayor se todas ellas es y será la caridad” (Primera de Corintios. 13…)

A ti, traigo esta noche, a ustedes, familiares, amigos y conocidos del Pepe, un emplazamiento. La vida es también encuentro y encuentros; coincidencias y divergencias, confidencias y celebración. Los emplazo, por caridad, a mantener en sus mochilas el recuerdo del Pepe, mantener su nombre vivo en la memoria. Yo que tuve el privilegio de haber disfrutado de su compañía, de cuando en cuando, en la soledad de alguna noche al calor de una o varias copas de vino tinto y las notas de una vieja canción de amor, todavía suelo escucharme decir: Tú, Pepe, viejo amigo, ¿Cómo estás?

Los emplazo a juntar los recuerdos del Pepe que todos los aquí presentes cargamos en nuestra mochila. Y de seguro el Pepe vivirá por siempre. El olvido lleva inevitablemente a la muerte eterna. Sin embargo, mientras alguien nos recuerde, vive la idea de lo que más de uno pensó que éramos, perdura la esencia de lo que fuimos. Quien nos recuerde nos mantendrá inscritos en el Libro de la vida.



3. La cosa habla por si sola… Sigan hambrientos, sigan alocados












domingo, 10 de julio de 2011

Partió cantando una canción de amor

“Cómo quisiera fotografiar/ minucia por minucia/ pedazos de futuro/ y colocar las instantáneas/ en un álbum / para poder hojearlo/ lenta morosamente/ en un manso remanso/ del pasado”        
                                                            Mario Benedetti (Viento del exilio)


Había escuchado caer la lluvia desde antes de levantarme. No me pareció extraño, aquí el verano es de lluvias, y la primavera…, también el otoño. Llevaba largo rato de pie frente al ventanal que da a la calle, café en mano, mirando a través del cristal las gotas que caían sobre el asfalto, las que columpiándose de los helechos y las ramas de las palmeras saltaban para deslizarse sobre las dos grandes rocas del jardín, y las que brillaban posadas sobre la hierba. Sin embargo, “la calle estaba quieta como en un cuadro”. Me habitaban aires de irrealidad. Pero una cosa era cierta: se imponía el recuerdo del amigo que acababa de morir. Y me dispuse a escribir. 

“Desde su partida del Monasterio San Pablo, llevando por toda vestimenta aquellos tenis amarillo-naranja, del color de las chinas mandarinas, el Pepe no había vuelto a calzarlos…  Hasta el sábado, marcando el reloj las diez de la mañana. Cuarenta y cinco minutos antes había recibido la llamada telefónica de Wanda, que con voz nerviosa y apagada me dijo: “Pepe se me ha puesto muy mal, ven.”  Y a las diez y cuatro minutos arribamos (Rosin y yo) a su hogar en La Cumbre. En la habitación nos encontramos varios amigos y la familia más cercana; hubo abrazos, llanto y desconsuelo, resignación y paz, lágrimas de tristeza, y asomos de alegría en quienes tienen fe en otra vida después. Yo pensé en que no volveríamos a vernos, nunca más. Lo sabía. Si bien es cierto que ha habido de mi parte un intento de creer, creo que después de aquí no hay nada. Y es por esto que temo a la muerte. “No creo nada -como suele decir Sabina- en los que dicen que la muerte es una cosa natural que hay que aceptar. No, no… a cualquiera que diga que no teme a la muerte le digo que no me creo una puta palabra”.

Queda, pues, la remembranza, el contar las cosas como las pienso y supongo.

Aquella mañana, el Pepe, se echó a caminar por las mismas calles de siempre llevando por toda vestimenta sus tenis amarillo-naranja, del color de las chinas mandarinas. Partió cantando una canción de amor a Wanda. Y como quién se ve, por última vez, en todas las cosas, se deleitó en la fiesta de la naturaleza y en el hábito de los hombres hasta que mágicamente su cuerpo le fue ya algo ajeno. Entonces, se quemó los ojos –como Demócrito- porque tanta belleza le distraía y él sólo quería pensar en ella.”



miércoles, 11 de mayo de 2011

La noche: para el Pepe

"La garganta más no dice/ por acuchillada;/ no ven la puerta los ojos/ cegados de lágrimas".
                                                                                        Gabriela Mistral



La celebración continuaba. Desde su mesa, Gaspar y Gabriel hacían su esfuerzo por identificar algunos de los invitados.
       -Allá, los de la mesa al centro… ¿No son Samuel y Jovita? –preguntó Gaspar.
       -Son ellos. Y el que se acerca a la mesa es Guillermo. Varios amigos, que colaboran en Andreia (la revista de teología y sociedad del periódico) y una joven pareja que no conozco, al parecer estudiantes, comparten la mesa con el viejo profesor y su esposa.
       -¿Y en la de al lado?
       -Aidita y Edwin, Alba Nydia, Carmín, Robert, Lizzie…
       El caso es lo que dejaban entrever, el momento de entusiasmo que estaban viviendo.
       Fue cuando escuché a Otho presentarme para dirigirme a los invitados. ¿Qué dijo? No hago caso, así son los amigos. ¿Qué dije?  



El cuento es más largo. Aún me queda la palabra.


(continúa)

lunes, 9 de mayo de 2011

Brindis para una bohemia

 “Sí. En la vida uno pierde muchas cosas, pero los sueños siempre están porque los ponemos a una altura difícil de alcanzar… y no se alcanzan sólo soñando, sino peleando, luchando, poniendo empeño. La realidad puede distanciarte de aquellos sueños, pero a veces pueden tocarse.”      
                                                                                  Joan Manuel Serrat



                                            Como fue

Gabriel Tzunami Walcott y Gaspar Nuevelunas de Miranda conversaban animadamente de esto y aquello con energía y gran sentido del humor. A ratos reían o tarareaban al unísono las notas de alguna vieja canción. Se notaba en ellos la complicidad conseguida tras compartir durante los pasados seis meses el colaborar con la redacción de La Vieja Noche. Sentados, compartían también una de las mesas redondas elegantemente vestidas de negro distribuidas por el amplio salón, de tope de lunas llenas de tonalidades grisáceas y arreglo floral de aves del paraíso, ramas secas y grandes hojas verde monte, con Johanna y Eliezer, Osvaldo y Natalia, Rosin, Gysenia y Gladys.
     -¿Cuál es la historia de esta bohemia?- preguntó Gabriel, como quien se pregunta en voz alta sobre una idea que ya ha comenzado a rondar en su cabeza.
     -A la vista está -dijo Gaspar-, apurando un sorbo de “Juanito el andariego”, etiqueta negra. …Y por escribirse- añadió-. Su mirada recorría el salón, observaba la fiesta.
     Más de un centenar de amigos de La Vieja Noche, de la más amplia diversidad –entre ellos: actores, músicos, cantantes, sindicalistas, veteranos guerreros independentistas, jóvenes estudiantes universitarios, profesores, y figuras de la política-, se juntaban aquel viernes para celebrar, con una Bohemia, el primer semestre de vida de este periódico cibernético.
     Al fondo, en la tarima habilitada especialmente para la ocasión, la elocuencia del cuatro en las manos de Prodigio y el acompañamiento de sus músicos abrían la actividad con interpretaciones dignas de un gran finale.
     Cerca a la puerta de entrada, un joven se ufanaba en recolectar las invitaciones y recuperar dineros. En el mostrador del bar, con una copa de vino entre los dedos, Paquito, que putón suele recitar de Sabina “sólo sé que algunas veces,/ cuando menos te lo esperas,/ el diablo va y se pone de tu parte”, buscaba conversación con la joven que servía los tragos y le regalaba una sonrisa. “Coqueta” –pensó-, buscando de reojo, cual zorro viejo, entre las mesas a Carmen, su mujer. Ojos que no ven… boca que no miente ni quiere meterse en problemas. Estaba listo para otra copa. La malicia llevaba prisas por estrenar. Y él no le había dicho que le resultaba apetecible, que las mejores promesas son las que no hay que cumplir y si te he visto no me acuerdo, si te visto sí, que...
     A unos pasos, los que recién arriban al lugar disfrutan de la sangría de don Manolo, entre platitos de queso fresco, jamones, tortilla española…
     -¿Te consigo otro güisqui? –le preguntó Gabriel.
     -Por favor, amigo.
     La noche, que no es ajena a conjuros, aunque apenas comenzaba lograba el mágico efecto de afectar a todos sin hacer caso de nadie en particular. Se llenaba de “Entre espumas”, “Delirio”, “Nosotros” ...
“Rebeldía”.
     En la mesa cercana, conversaban Paky, Calixto, Osvaldo, Gladys y Juan Dalmau. Quizá de que la vida es aún para nosotros una puerta sin abrir, que no han muerto los dioses, que el presente y el futuro se juegan a la limón en el país del nunca jamás. O de aquellos versos hecho canción que nos habla de cuando los niños nacen viejos,/ cuando la carne sabe a carne de cañón,/ cuando los ángeles blasfeman,/ cuando las secretarias lloran/ y cada aurora es una nueva decepción… cuando… ¿Cuándo? Quizá.
     De pronto, sube a la tarima Jerry Rivas. Y su voz, y el ritmo y sabor caribe que ya nos ha hecho la noche, encendió con el junte el estruendo musical. ¿Cómo fue? No sabría decirles cómo fue, y menos explicarles que pasó… Ángel, Otho, Primitivo y Dwight parecían hojas otoñales llevadas al viento por sus respectivas parejas. Y mientras las notas se alzaban al vuelo… ellos, tratando de discernir el sonido en el aire, habían querido entrar al baile que recién se formaba al costado izquierdo del salón.
     -Mi amigo- interrumpió Gabriel-, colocando el vaso de güisqui sobre la mesa.
     -Gracias. ¡A tu salud!
     -Pues, un brindis- exclamó Gabriel-. ¡Brindo porque sean las emociones y no las arrugas las que marquen tu rostro!
     -¡Por los vigilantes guerreros!
     -¡Por los constantes!
     -¡Por la armonía entre las diferentes visiones y estrategias!
     -¡Por el cantar, el reír y el conversar!
     -¡Por los apretones de manos! …¡por cada abrazo!
     -¡Por este espectacular encuentro!
     Gaspar y Gabriel brindaban por estar allí. ¿Cómo resistirse al hechizo si tuvo la culpa una canción?
     Yo, quisiera brindar por el afecto personal, ordinariamente recíproco, fortalecido con el trato que llamamos amistad. Entre las tantas y muy variadas que me ha dado la vida… ¡por la tuya!…

(Continúa mañana)



miércoles, 5 de enero de 2011

Hasta siempre, doña Lydia

“Tal vez entonces
quedemos los benditos
en la inmaterialidad acrisolada
Porque si no somos como Dios,
¿para qué la humildad fementida, la
paciencia
el rodeo del cero
con flores primorosas?


No escribiría yo versos,
no sería el idiota entre
la comunicación y la incomunicación
no estaría yo pensando
que la luz pasea como un viril fantasma
hasta hacerme emerger de nuevo
en el Monte de las Alucinaciones

                                                    Canto de la locura
                                                     Francisco Matos Paoli


No logré evitar recordar, frente al ataúd cubierto con sus banderas de lucha y de vida (la del Partido Independentista Puertorriqueño y la bandera de la estrella solitaria) la frase de Rafael Gómez de la Serna: “Todas las pompas son fúnebres”. Se veía hermosa vestida de blanco. Y parecía una princesa dormitando a la que se le dibujaba el nacimiento de una tímida sonrisa en los labios. Pero ella jamás requirió de acompañamiento suntuoso, ni fue ostentosa, ni gustaba de pavonearse, ni requerirá glorias esculpidas en mármol. Hacía colectas, enviaba cartas, organizaba reuniones y su floristería era un comité más. El precinto 2 de San Juan, la barriada Jurutungo (que piedra por piedra, palmo a palmo, literalmente, fue suya), sus amigos del Consejo Nacional de las Artes, los clientes de la floristería Jardín de España, todos los que le conocimos, somos testigos de ello. Cuando fallecía algún independentista o figura pública enviaba -sin que nadie le pidiera- un arreglo floral a nombre del PIP. Y si la llamaban del Comité Nacional ordenándolo casi de seguro se le escucharía decir: “Ya lo envié”. En asuntos de la patria era de las de “salir a la calle con un sí en el medio del pecho”, como dijera el poeta, porque caminaba por intuición la patria que soñaba. Y es que fue una soñadora, porque “el sueño es un regalo anticipado de la vida, la que nos lleva a un mundo luminoso que está aquí no más, que alcanzamos cuando nos damos cuenta, por eso el primer mandamiento del hombre verdadero es darse cuenta.”  Ella lo supo siempre.

Yo conocí a doña Lydia Alfaro (de aquel legendario grupo que junto a Gilberto Concepción de Gracia, con la esperanza de lograr la independencia de la patria fundó en 1946, en Bayamón, el Partido Independentista Puertorriqueño) recién llegado de la isla –como solíamos decir- hace ya muchos años, cuando las oficinas nacionales del Partido estaban todavía en la Muñoz Rivera en Río Piedras, a unos pasos de la intersección con la avenida universidad. Y el lunes en la noche, en la funeraria Ehret mientras Otho, Osvaldo, Justo Echevarría, Ada Guerra y yo escuchábamos a Rubén contar anécdotas que ejemplarizaban la militancia incansable de doña Lydia y su constancia en la lucha por la independencia recordé que Tomás Borge, el Comandante Sandinista, en una de sus visitas, luego de decirnos que Puerto Rico y América Latina somos tan parecidos como las lágrimas, las gotas de agua, los hermanos mellizos; con idéntico corazón, canto y poesía, nos dijo que había encontrado aquí mujeres semejantes a Manuelita Sáez, a las hermanas Mirabal, a Rafaela Herrera de Nicaragua… que ni el coloniaje, la agresión cultural, la soledad o mala compañía, ni las mentiras, pudieron domesticar la rebeldía y el amor por la libertad…; ni los subsidios y la propaganda capaces de lograr que Puerto Rico dejara de ser Puerto Rico, …que la demagogia, la discriminación, el terror no bastaron para acallar el canto de los coquíes, la magnitud del abrazo, el aire de hidalguía de las mujeres… Entonces escuché a Otho comentar que doña Lydia fue ejemplar conjugando las tareas prácticas del quehacer político hasta las más difíciles (ser solidaria en los momentos de dolor de un compañero, defender puntos de vista como si de cada discusión dependiera la consecución del ideal…). Pero que el rasgo más asombroso y admirable de Doña Lydia era que con la misma naturalidad que hacía un arreglo floral para una novia, un enfermo o quien acababa de fallecer, también, como Matienzo Cintrón o como Swedenborg, hablaba con los ángeles… ¡para que protegieran a Rubén y los luchadores de la libertad!

Y es que en su cercanía se sentía la familiaridad, la solidaridad que proviene de la valentía, del tesón, de la fe, de la hermandad. No tuvo hijos, aunque sus sobrinos lo fueron para ella. Estuvo casada en dos ocasiones: con el español José Manuel Pérez-Morris y más tarde con Gilberto Rodríguez, de quién se divorció. Era la mayor de los siete hijos de Pedro Alfaro y Ramona González.

El martes 4 de enero de 2011, símbolo en sí misma de un partido entero, doña Lydia Alfaro recibió el último homenaje de sus compañeros de lucha en la sede nacional del Partido Independentista Puertorriqueño, en Puerto Nuevo.

Desde La Vieja Noche, nos parece escucharla decirnos (en voz de Casaldáliga): ¡Defiendan esa luz,/ que, no faltando ella,/ camino habrá,/ por más que sea noche! Vaya en homenaje solidario por su vida, una vez más repetido desde lo más alto del corazón puertorriqueño el grito de: ¡Viva Puerto Rico Libre! ¡Hasta Siempre Doña Lydia!