domingo, 29 de noviembre de 2009

Conmigo serás la voz, e instrucciones para publicar comentarios

La barrera del tiempo la rompen los hombres, y a veces viejas conductas comunican con estas y la vida se convierte en un continuo que jamás se sabe dónde y cómo comenzó.                  Juan Cruz


Lamento la tardanza. Esta pareció ser la semana de los tres jueves. Tras el diluvio universal (masacres, suicidios, mujeres asesinadas por sus parejas o ex, un espeluznante crimen de odio que ha conmovido hasta a los inconmovibles, pavos, batatas dulces, ensalada de papas y arroz con gandules, miles de trabajadores despedidos, o por serlo, indecisos entre si rellenar el pavo con carne molida, manzanas y el fracatán de ingredientes de la cocina boricua o a los gobernantes con las cartas de despido, cuentas de cobro y los pedidos de regalos de sus hijos para esta navidad (o a mano pelá), y algunas horas de sol y calor), comienza a sentirse aroma de fiesta decembrina. Anoche una brisa fría mecía las ramas de las palmeras y los helechos bajo un cielo despejado y majestuosa luna llena. Y hubo encendido de luces y la calle ya se viste de fiesta. Mi casa está como para revista de decoración, con muy buen gusto por cierto. Rosin se esmera que así sea, le encanta la navidad. Es como una niña con su casita de muñecas. Yo podría prescindir de esta época, pero desde hace dieciséis años aprendí a tolerarlo y hasta creo que ya lo disfruto. Y la alegría de los nietos, y el tren bajo el árbol… La vida suele ser complicada y contradictoria.

De madrugada, mientras la brisa fría se dejaba sentir aún y la luna vigilaba lo que quedaba de noche, llegaron a mí otros recuerdos al sentarme a escribir y notar entre los más recientes seguidores del blog la foto de Samuel, hermano de tantas batallas. Lo conozco hace cuarenta años. Compañero de bohemia, guitarras y poesías, de vigilias, de Partido, de campaña electoral, de piquetes, de reuniones, de noches de desobediencia civil en el campo de tiro en la isla de Vieques mientras realizaba maniobras militares la Marina de Guerra de los Estados Unidos, y de prisión por esos actos. Sin embargo, lo que más nos une es el odio a la pana. Recuerdo una de aquellas noches en el campo de tiro. Los helicópteros no dejaron de sobrevolar el área toda la noche y no pudimos dormir. Nos ataron a unas nodrizas, dijo Samuel, buscando recuerdos viejos profundo en la memoria para una conversación. Árboles de pana que servían para abastecer animales y humanos. Una pana para los cerdos, leña y sal, otra pana para nosotros, manteca y achiote. Fue una vida de escasos recursos económicos. Y de una sobredosis de panas. Sin salir de su escondite rememoró también sus aventuras con el Congo y Tony (alias el sapo), correteando en sus años de infancia y adolescencia por las fincas de café y frutos menores del barrio Capa de Moca. Habló de don Peyo, el del primer televisor en el barrio, y las caras de asombro de los vecinos arremolinados en el soberao mirando la mágica caja negra que trasmitía imagen y sonido. Y me contó de su tío que era un genio y estaba harto de las panas. Juraba que cegaban, y se pegaban al cerebro y ni con espátula… las consideraba comida para cerdos. Esa mierda no alimenta un carajo, insistía. Todo el alimento de la pana se va en un… ¡Samuelito, ponte un tapón de corcho si quieres conservar una onza! Nosotros en el Espino le llamábamos chuleta de gancho, le dije. ¡Y las comimos tanto! En la guardarraya entre el terreno de doña Esperanza y el de mis padres había siete árboles de pana. Y un día era pana y corned beef, otro pana con boca (mojaditas con saliva y un poco de aceite), el siguiente majadas en mantequilla y tres gotas de leche, o rellenos de pana o salchichas fritas y panas, y fiambre de carne con pana. Hay odios que salvan. ¡Malditos los días de purgatorio!

Me alegró encontrar a mi buen amigo registrado entre los lectores del blog. Una más juntos. Y al revisar el correo electrónico, para mi sorpresa encontré estas letras suyas:

Pana

Pana verde,
nodriza de mi pobre barrio pobre
Antídoto del hambre nuestra diaria
Te impuso la necesidad contra mi gusto
Por eso
te ignoro y te rechazo como antes
Aprecio que te alejes de mi mesa
me altera tu sabor, lo siento.

Los que hoy
te elogian alardeando sabrosura
seguro te expulsaron de sus mesas
O se adueñaron de la sazón y el aderezo
Pero yo,
que te ingerí a diario hasta el cansancio
que experimenté a secas tu sabor silvestre
llegue a odiarte con razón y aún te odio

Un buen día, a comienzos de este mes alzó vuelo la garza: el día de los expulsados de la vida. Pasado mañana, 2 de diciembre, cumple un mes este vuelo que espero en su obligada escala, sea esta en el sauce de mis sueños, arbusto de mangle o pilote cercano a la costa, llegue a lograr su entrega a diario. Escribir es un reto que disfruto, aunque a veces tarde unos días en dar señales de vida. Agradezco de corazón los comentarios de lectores amigos que van haciendo del blog su voz en alas de esperanza. Mi amigo Pepe ha dicho que “hay curiosidad por saber qué pasó cada vez que la garza se detuvo en las ramas de los árboles durante las pausas en su travesía. Cuántas aventuras, cuánto rompimiento de reglas...” Pues recogeré lo quedado en el tintero, amigo Pepe. Y la fantasía narrará la vida cotidiana y la transformará en algo creíble, digerible. Soportable. “Te agradezco este espacio, que es como una muy necesaria tregua en esta sed de justicia que estamos viviendo.” Fue el comentario de la querida Edda tras leer Dama de Otoño. Comentario que aprecio y valoro pues de eso se trata, amiga. Y la interpretadora de sueños, la que en un mensaje por correo electrónico, escribió: “El día de la primera entrega de El vuelo de la garza (o podríamos decir: el día que trocaste el lastre de lo pasado en fabulosas alas cibernéticas), tuve un sueño espectacular, de esos que uno recuerda…pero no había camino reconocible, ni carros, ni señales, ni verjas. El asunto es que parece que llegaste a un lugar al que todos queremos ser invitados, y que a pesar de lo distintos que somos, ese espacio soñado es parecido para todos, y por eso reconocemos la llegada hasta allí de un amigo”, gracias mil. A diario me llegan mensajes de aliento. Y el blog sigue sumando seguidores  e intercambios de calor de amistad. Son muchos los que preguntan cómo inscribirse. Lo agradezco. A mayor número de lectores inscritos mayor el esfuerzo de la entrega a diario. Y mayor la fuerza de mi voz.

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Vídeo de fondo:

Un millon de amigos (Roberto Carlos)


miércoles, 18 de noviembre de 2009

Alguien descolgó la luna

En este momento me habita la felicidad. Y cuando albergo tal sentimiento evito lo que lo estorbe. Por fin pude sentarme a escribir. Lamento la tardanza.Uno de ustedes me sacó del marasmo de estos días de lluvia sin descanso. Alguien descolgó la luna y se ha quedado a vivir entre nosotros. Y al mismo aire le ha faltado el aliento. Y la mar esta inquieta. Y no hay calma. Digo, yo no tengo, al parecer, esa calma que nos aísla o protege de emociones, en este caso de gratas emociones. Y es que hay detalles… Recuerdo quien nos presentó hace años. La primera impresión: desenfado e inteligencia desbordante, que imposible de contener apabullaba, coartaba; todo ello en una chica de aire parisiense, cabello muy corto, vestimenta casual burgués (a veces usaba un sombrerito chic), que al saberse en dominio pleno de la escena, en aquel ambiente universitario de alegatos, poesía –porque sabe de poesía-  literatura, y teatro… ¡lo disfrutaba! De un cinismo cultivado, sutil… nada vulgar, de muy buen gusto. En cualquier caso el inicio y concreción de la particular amistad de dos muy diferentes entre si, pero con tanto en común. Claro, hay en esto más de un responsable: lo político, la sensibilidad… y amigos. Anteayer recibí de ella, vía correo electrónico, el detalle de unas palabras que me conmovieron, metáfora de un abrazo amigo. Con ese extraño desenfado ya mencionado, tan llamativo como particular, me decía más o menos lo siguiente: “No sé si sabes, pero estoy certificada como interpretadora de sueños, título que me gané con las conversaciones que tenía en las tardes con un amigo que veneraba a Jung (facultad fabulosa –digo yo- que percibo hoy como una portentosa revelación). Y dormía con una libretita en la mesa de noche para apuntar lo que soñaba. A instancias de él empecé por ver a un siquiatra, pero a la tercera visita decidí que era mejor gastar en Marshall's (entonces recién abierto) el dinero que me costaba hablar con aquel extraño, y discutir cosas tales como ¿por qué en mis sueños las medidas eran en sistema métrico y no inglés? Y desde hace días estaba por comentarte algo...  El día de la primera entrega de El vuelo de la garza (o podríamos decir: el día que trocaste el lastre de lo pasado en fabulosas alas cibernéticas), tuve un sueño espectacular, de esos que uno recuerda con toda claridad al otro día, no como un relato, sino como algo que se vio y se palpó. De hecho, fue un sueño con olor a salitre porque se trataba de una visita que hacíamos, en compañía de unos amigos, a un solar que tú acababas de adquirir -o algo así- porque era un terreno que había heredado Rosin, pero en el sueño el entendido era que el dueño eras tú. La localización: algún punto hacia el Norte de la isla, como por Vega Baja o quizás Hatillo. La playa, como pasa en los sueños (¡ay, y también en la vida!), estaba a la vez lejos y cerca. El verde de la grama era como el de las plantas cuando acaba de llover, y en medio, estaba la charca con la que se sueña de niña: grande, grande, con rocas enormes que no resbalan cuando se sube por ellas, y agua que a ratos es transparente y a ratos oscura. Estábamos todos como de fiesta, y con sensación de refugio y descanso. Había un edificio parecido a las antiguas casas de caminero que se había utilizado alguna vez de escuela, y que ustedes iban a convertir en casa. Llegamos luego de caminar mucho, pero no había camino reconocible, ni carros, ni señales, ni verjas. El asunto es que parece que llegaste a un lugar al que todos queremos ser invitados, y que a pesar de lo distintos que somos, ese espacio soñado es parecido para todos, y por eso reconocemos la llegada hasta allí de un amigo. Creo que hay también algo de que no importa ser o no el titular formal de nada sino el uso y disfrute de las cosas. No sé el ¿por qué? Pero quería contarte eso que soñé”.

Te doy mil gracias, amiga mía. Vuelco mis emociones y ansiedades en el refugio del arte y la literatura, es que la ficción me pone a resguardo en mi propia galaxia. Al contemplar hoy en torno a los sesenta años mi vida (una que otra huella de ausencias apenas perceptible sobre la arena mojada de la playa en tu sueño), sea este el lugar que en adelante quiero habitar.

Poema a leer: Vaya uno a saber, de Mario Benedetti
Amiga
la calle del sol tempranero
             se transforma de pronto
             en atajo bordeado de muros vegetales
el rascacielos da la vision despiadada
             de un acantilado de poder
los colectivos pasan raudos
             como benignos rinocerontes
y en un remoto bastidor de cielo
             las nubes son sencillamente nubes…

miércoles, 11 de noviembre de 2009

Hablando de lectores… gracias

«Se aprende tarde a defenderse de las palabras» -- Erri De Luca

Ocurre que amaneció diluviando. Por segundo día consecutivo. No veo señal de escampada. Y hace algún tiempo quemé naves de tabaco, alcohol y camas de medianoche, no hay niñas, pintas, ni santas Marías; mi cobijo es la escritura. Y las palabras tienden a juntarse, se acurrucan buscando conexión. Todo vale en derredor: la taza de café (caliente aún) cerca a la laptop, la música de fondo, dos libros sobre la mesa (de Saramago y Bioy Casares) y la tibieza de la habitación. Afuera la mañana despierta a la cotidianidad, la vida en sociedad y sus matices. Paragua en mano la prisa empuja a grandes y chicos al transporte que los conducirá al trabajo, al cuido o al estudio, prisa descaradamente excluyente. Cada quien desentendiéndose de lo que ocurra a los demás. Es que la vida a diario nos da la impresión de una selva inextricable. ¿Cómo conectar con sensibilidades diversas? Hablando de lectores... dejándome seducir por la sinceridad. En un principio…el ayer. Nicodemo me dejó el recuerdo de su amistad de siempre. Y en su cuaderno de apuntes los más íntimos sentimientos, su vida recogida en aquellas páginas. Tuvimos en común nuestra infancia y la carga de miserias de los niños de barrio en el poblado que inventamos. Sí, nos inventamos un poblado a una legua de la desembocadura del Río Grande, allá en el Valle de los Infiernos. Lo llamamos: San Antonio del Higüey. Imaginando más allá de lo perceptible, tan lejos como nos llevó el sentimiento inventamos también una familia. Pero fueron reales los desmayos, los amores, las muy escasas primaveras, el mismo sueño viejo que antes también tuvieran otros… Y la espera. Temprano en la vida, privados de la “estabilidad” que suele brindar el seno familiar, vulnerables, expuestos de golpe y porrazo a los quiebres más fuertes, pasamos –salvando las distancias- a ser perros de la calle. Hijos de la sombra dando vueltas por ahí con sólo dos escapularios cogidos con imperdibles bajo la camisilla. Dos solitarios juntos por calles vueltas de pronto amigas bajo aquel cielo distinto, huérfanos de ser la “primera” razón en la vida de alguien. Y por un tiempo, más largo de lo deseado, carentes de mesa nos alimentamos de migajas y en noches sin cobijo nos cubrimos de sereno. Un frío de soledades calaba nuestros huesos pero nadie tenía porqué prestar atención a los deshielos del alma de dos mocosos. El mundo parecía echarnos a la cara el reflejo de lo perdido. No nos quería o prefería ignorar sus propias miserias. Nada presagiaba entonces que pudiera ser de otra manera… Y lo empezamos a ver normal. Pasado el tiempo nos importó un carajo. Al guiño de fugases esperanzas nos sumergimos en las profundidades de algunos vicios. Bajamos al mismo infierno buscando un pedacito de gloria. No hubo cruce de esquina en el poblado ni camino en el barrio que no gritara nuestros nombres. Íbamos de prisa marcando el territorio. Nuestra versión del infinito se nos había hecho, de pronto, mucho más larga. La lucha por una vida que pretendimos nos cupiera toda entre los puños vino a ser nuestra metáfora de la aventura. Las palabras no alcanzan a expresar lo vivido. Así los días fueron y vinieron. Y pasaron algunos años. Aquella escuela del dolor nos obligó a tomar postura y conciencia sobre la realidad: la oscuridad en que nos encontrábamos. Poco a poco rayitos de sol brillaron sobre nuestras cabezas y, aunque alcanzados por las sombras, la vida nos brindó una sonrisa. Dos jóvenes apenas rumiando esperanzas, con nuestros muchos defectos y escasas virtudes -dualidad que nos adornaba- aprendimos que hoy es hoy con el peso de todo el tiempo ido, con las alas de todo lo que será mañana de la mano de los que en los sesenta iban por la vida tras un sueño. Empeñados en tentar porqués en el alma de la gente conocimos de ese Neruda que en su ideario y poesía llevó una multitud a cuestas. Conocimos también de quien no fuera poeta de muchedumbres, el Darío de la protesta escrita sobre las alas de los inmaculados cisnes,... Se nos desveló además, al Martí del himno triunfal en la palabra. Y el verso, la prosa y verbo implacables de Vargas Vila, Llorens Torres y Matos Paoli. Aprendimos junto a aquellos hombres buenos que los que mueren por la vida no pueden llamarse muertos cuando supimos del temple, sacrificio y entrega total a la lucha independentista de Pedro Albizu Campos y Gilberto Concepción de Gracia. Entendimos. Lo vivimos. Y quizás por ello hay quien nos viera como gente muy difícil de aguantar. Con aquellos hombres nos llegó la hora de conocer a otros que en gran medida dieron un vuelco a lo ya escrito en la pared: el abandono, la miseria, la marginación total, nuestras vidas perdidas en vicios y locuras; nos llegó la hora de vestirnos para la cena. Venciendo olvidos, manquedades íntimas y terquedades de Dios, por vez primera fuimos invitados a la mesa. Que la obstinación en ser mezquinos y exabruptos tan previsibles como poco interesantes no nos impidan reconocer la mano amiga. Sin ningún arrepentimiento: Gracias Rubén Berríos, Roberto Aponte Toro, Armengol Iglesias, Bienvenido Vélez… a cada uno en su justa medida. Sentina fuimos y crisol comenzamos a ser…, a decir mejor en palabras prestadas de Martí.

Hace unos días leí un comentario del escritor Antonio Muñoz Molina, en el periódico El País, tras una entrevista por Javier Rioyo a Marcos Ana, Teodulfo Lagunero y Santiago Carrillo -tres viejos comunistas españoles- y decidí retomar la escritura de la novela que les mencioné en este blog. Muñoz Molina invitaba a contar con sinceridad y desvergüenza la propia vida. Y ocurre que Nicodemo murió. Y al llorar su muerte me pregunto hoy ¿qué sentido, si alguno, tendría la palabra callada? ¿De qué valdría? Por ello me propuse extraer de un imaginario cuaderno una vida también inventada por sobrellevar la vivida. Pero una vida contaminada de humanidad, de mundanidad, de situaciones concretas. Estará en sus manos en marzo de 2010: La fiesta de los ausentes.
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Poema de fondo:
El loco de la vía



viernes, 6 de noviembre de 2009

¿Tienen collares de perlas?

Desconocido, si al pasar me encuentras y deseas hablarme, ¿porqué no habrías de hacerlo? ¿Y porqué no habría de hablarte yo? -- Walt Whitman

Por años mi día normal consistió en desembarazarme, ponerme en pie y tras un primer cigarrillo acompañando el café, el suculento desayuno. Y en mirada a vuelo a las notas de los diarios ponerme al tanto mientras engullía aquellos huevos fritos (Me acuerdo que Papito, abuelo Pablo, le decía a Tita cuando me quedaba en su casa de Reparto Metropolitano: la ñema blandita es la del nene), tocineta y rebanadas de pan tostado untadas en mermelada de fresa, mangó o guayaba. Las notas periodísticas se me hacían releídas ya que por toda variedad sólo incluían cambio de protagonista, lugar y hora de los hechos. La cubierta principal o portada, limitada a escándalos políticos que rayaban lo farandulero, prevaricación, crímenes relacionados con el narcotráfico o pasionales, al parecer todavía no bajamos del árbol por completo. Crónica triste de una sociedad enferma, ajustes de cuenta a tutiplén por iniciativa propia, sin encomendarse ni esperar juicio ni de Dios ni nadie; gente que va por ahí como Alexis en novela de Vallejo: “¡Y no se muevan, hijueputas, ni vayan a mirar porque los mato! En esto de los finaos, expresión de tiempo de nuestros viejos del barrio al referirse a los muertos, mientras lo estimulara el morbo la insensibilidad hacia su agosto, prevalecía en fotos y reportajes el énfasis en el llanto desconsolado de viudas, madres, hijos, amén de amigos y vecinos clamando por justicia. Notas y artículos de opinión, de análisis serio sobre la responsabilidad, tanto ciudadana como gubernamental en este u otro asunto, si alguno: que acompañaran las esquelas que solitas se veían feas. Digo, ello si el repartidor en lugar de intentar encestar desde su transporte en marcha -que variaba por días: lunes y miércoles en la bici rosita de su hermana, los martes y jueves en el descapotable azul de su padrastro y viernes, sábados y domingos, muy de seguido por cierto, en su temible patineta con la carita del diablito rojo- prefirió ese día caminar unos pasos y colocar el ejemplar impreso del periódico al que estaba yo suscrito, a resguardo de la meada o seguro destrozo a mordidas del perro del vecino (me refiero al cuadrúpedo, el bípedo todavía no muerde pero gruñe). Ni abundar en la lluvia, particularmente para esta época. Han cambiado algunas cosas, aunque las noticias parecen ser la misma vieja grabación de vez en cuando las escucho en la radio al amanecer.

A excepción del café, hoy me salté todo eso. Me levanté muy de madrugada, a las tres y treinta. Ni asomo de luz de amanecer. Sólo voces de una vecindad que duerme, silencios. Di un vistazo a mis blogs preferidos, deshojé como pétalos de flor Hojas de hierba, de Whitman una vez más. Luego retomé la escritura de mi próxima novela… De ello les hablaré uno de estos días. Te preguntarás ¿a que viene tanto detalle, Tomás?

…Porque el recordar y abundar en detalles es de los pocos lujos que todavía puedo darme. Sinceramente, me asusta el desmemoriarme. Hace algunos meses fui con un amigo que hace años me hizo su hermano a ver al viejo predicador de El lugar de los misterios. La esencia de lo que fue se dibujaba en la imagen física que tengo de él, pero ya no es. Esa noche lloré. Yo aún recuerdo el nombre de la mujer que amo, el de cada uno de mis hijos, mis queridos nietos, hermanos, familia y los de entrañables amigos. Y de dónde vengo… recién descubriendo quién soy.
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Vídeo primero:
Y tu quien eres


De fondo:
BSO ¿Y tu quién eres? - Diego el Cigala

martes, 3 de noviembre de 2009

Dama de otoño

Viajo en tren. Por doquier se ven caras de todas las estaciones. Se perciben variados humores. Flotan cansancios, corajes, frustraciones, alivios, que enmarcados en las prisas, la epidemia de soliloquios telefónicos, aires de indiferencias, un fracatán de comemierderías, decenas de desenfados e irreverencias, resaltan las edades, profesiones, vagabunderías y la honda huella del desasosiego en los sin empleo, los parados; la nueva incertidumbre al enfrentar su destino. Cada quien va inmerso en lo suyo. Yo voy leyendo Caín, la más reciente entrega de Saramago, que espero comentar en este blog. Un mensaje en el celular me recuerda que el 1 de noviembre, Avelina hubiera cumplido ciento siete años. Y sucede que como por extraño sortilegio el tren se ha detenido, de pronto, en la estación de los recuerdos. Y esta frase de Antonio Gala, la primera amiga con asiento fijo en mi corazón se me antoja más bella mientras más la pienso. Aquel fue amor a primera vista. Desde que la vi a mediados de la década del setenta, un martes en la mañana, sentada en su sillón a dos o tres pasos de la puerta que daba al balcón de su residencia en la calle Quito 974 de la urbanización Las Américas. Era de belleza sencilla y aura deslumbrante. Poseía un exquisito sentido del humor, hablábamos, yo sonreía y las horas caían muy de prisa. Me acercó a sus afectos y los míos se echaron irremediablemente a sus pies. Tejía a ratos y a ratos leía. María Cecilia Josefa Alejandrina de los Dolores Benítez Noya (Mari Ceci), una de sus hijos, fue la responsable al brindarme refugio en aquel hogar tan cálido y singular al que iba luego de las maratónicas reuniones de las Comisiones Ejecutiva y Coordinadora del Partido Independentista Puertorriqueño cada lunes en la noche, en las oficinas de su Comité Nacional ubicado por esos años entre la Muñoz Rivera y la avenida universidad, en Río Piedras. Yo viajaba con Armengol Iglesias y Bienvenido Vélez desde Mayagüez y San Germán. Y fui quedándome uno o varios días en la medida en que estrechaba lazos de amistad con miembros de las juventudes independentistas universitaria y estudiantil y el personal que trabajaba diariamente en el Comité. Allí conocí a Mari Ceci, desde entonces mi hermana entrañable. La conversación, los cafés con anís y canela y toda clase de panes se extendían hasta bien entrada la madrugada en la cocina de Niní, nunca permitió que la llamara Avelina. Y así fue. Y debe estar rabiando conmigo por pronunciarlo siquiera. Pero volvamos a lo que les contaba. Ella dormía. Se acostaba a hora prudente, como debe ser. Mari y yo entonces éramos noctámbulos. Y porqué negarlo, tenía mucho que aprender este imberbe de aquella la bisnieta del poeta y patriota Gautier Benítez. Me acuerdo que al levantarme, por lo regular cerca a las once, me sentaba en la sala cerca a Niní -taza de café en mano- que sentada desde muy temprano en su sillón, tejía. Y leía libros. Conversábamos, sutilmente me interrogaba. Me aconsejaba. Yo respondía, aprendía, absorbía como esponja de cada conversación. Agradezco haber sido recipiente del afecto sincero de gente como esta. En cada estadía respiré paz, entereza moral, sabiduría, amor. Niní y José Benítez Gautier, pareja que vivió un romance sin igual. Me cuenta Mari que nunca vio a dos más enamorados. Hay una anécdota muy peculiar. Niní le decía a sus hijos: “ustedes tienen que quererlo a él más que a mí, se lo merece, pero el día que él quiera a alguno de ustedes más van derechito al hospicio. ¿Entendido? ¡Y él les decía lo mismo!

Y por tratarse de poetas y de patriotas, hace cuarenta años en una tarjeta con la imagen de Mariana Bracetti bordando la bandera de Lares, un día de las madres, Mari le escribió estos versos: “Hilos, aguja y dedal/ en las manos incansables,/ dieron forma de bandera/ al alma boricua, en Lares… Como la bordó Mariana/ tu también una forjaste./ Con tu palabra y ejemplo/ en seis vidas la grabaste.”

¡Avelina Noya Benítez! No te de coraje conmigo. Hermoso tu nombre mujer de amor, ejemplo de labor callada, de heroísmo diario, independentista de pisada leve y huella profunda como bien ha dicho tu hija, Mari. ¡Un cálido abrazo y un beso en la frente, dama de otoño! ¡Celebro tus 107 años, amiga de asiento fijo en mi corazón!
Música de Fondo:

Love is All (Yanni)

lunes, 2 de noviembre de 2009

Hubo un lugar

En el Espino, a las afueras del poblado añasqueño, América fue conquistada y poseída por Yito Méndez. Cristóbal Colón hacía su viaje anual de La Guardia al Aeropuerto de Isla Verde, allí lo recogía el Diablo para llevarlo a ver a la tía Esperanza. Siempre viajó solo, ligero de equipaje. Se pagó todos sus gastos. Se llevó a ultramar en sus dibujos la crónica de lo visto: algún detalle del quenepo, de las ratas en la casita del patio, los corrales de cerdo, los martirizados pies de doña Esperanza, la amarillenta alfombra de cientos de periódicos en la sala de Tito López, los árboles de pana en la guardarraya al solar de mis padres, la mula, el ingenio y los sembradíos de caña. Y Cristo se aparecía cada mañana sin llagas ni en pies ni manos en el colmado de Ruperto Mendoza, frente a la gallera de Balbino. Tomaba ron por desayuno, tuvo mujer, hijos y padres normales como cualquier otro hijo de vecino. Si Gabriel, el colombiano (el de la tradición bíblica no da señales desde el primer bebé de probeta) hubiese visto aquello -y tantas otras cosas- estas serían sus historias: Cien años de marginalidad, Agapito en su laberinto, Crónica de la muerte de José Adolfo Pesante, La triste e increíble historia del cándido Zumbo en el Charco de los Pilones y su perro Desalmado, Historia del naufragio de Diego Salcedo, Juanfré no tiene quien le escriba, En el barrio no hay putas tristes y Corre por tu vida, de querer vivir para contarla. Es que el lugar tenía sus reglas, la gente sus costumbres, sus ataduras. Como tantos otros lugares. Y sus particularidades. Pero otra manera de pensar no era ni aceptable ni bien vista. Así que romper las reglas se convirtió en una obligación ética (Gayatri Chakravkorty Spivak) para mí. Allí crecí, entre mudanza de bueyes y el revoloteo de las garzas en el cañaveral. Recuerdo que de niño pasaba horas aferrado a la alambrada en el traspatio, con la mirada detenida en la que daba un paseo sobre el lomo del buey, los tarsos largos, la hermosura de su plumaje blanco, erguido el cuello; soberana altivez añadiendo encanto al paisaje. O en la que caminando junto a la res amiga laboraba procurándose alimento. Coexistían con el ganado y los hombres que trabajaban la tierra. Eran comunes al entorno. Su vuelo era mi mayor alegría, un imaginario desde entonces. Porque el vuelo de la garza era el mío propio, imaginando ir cada vez más lejos… del barrio, del poblado, de las ataduras de sus costumbres, hasta lograr perderme de vista con ayuda de los vientos (La verdad, fue largo el viaje a contracorriente). Y al ponerse el sol emigrar al sauce llorón. Y dormir… Hasta abrazar otro mañana. Son tantas las cosas que he pensado querer comentar con ustedes, reparar en omisiones… Quizá una que otra vuelta a los orígenes. Exigencias del oficio, escribo. En adelante, tenemos una cita en este blog.
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Música de fondo:
Bebo & Cigala - Se me olvidó que te olvidé