domingo, 16 de octubre de 2011

Conecte cada cual los puntos…


1. Flor de batalla

“…con el adiós más arduo/ y el corazón más nuevo”


                                                           Mario Benedetti, Habanera

La muerte –decía Saramago- “no nos quita los ojos de encima ni un minuto, hasta tal punto que incluso quienes todavía no van a morir sienten que constantemente su mirada los persigue”. Y el hecho que la muerte te llegara, Juan, es doloroso y molesto. Por desgracia la muerte es la muerte y no se toma el trabajo de hojear siquiera el expediente de nadie. Así que, al decir de otro poeta: “...se inclinan las ramas trémulas/ y parece que murmuran/ algo de las hojas secas y de las flores difuntas"... Y es que tú, Juan Rodríguez, irrepetible e irreductible líder del Comité del PIP en New York, eras flor (no de invernadero, como dijera el cantor), flor de batalla y militancia tenaz en las luchas por la independencia de nuestra patria desde las entrañas mismas del imperio y luchas por romper prejuicios; flor en modales, ética, amistad, solidaridad. Aprendiste en la práctica de unidad de acción, que no era necesariamente uniformidad de criterios; el trabajo con los dirigentes de cada sector, y reconocer errores y enmendarlos pues sabías que no bastaba la discusión sin la compañía de esa visibilidad que fortalece y nos mantiene íntimamente ligados al pueblo. Ayer mientras trabajaba en estos apuntes, el amigo Enrique Orellana -quien como tú solías hacerlo cada mañana, nos mantiene informados a través del correo electrónico- me envió algunas notas con un preámbulo de Francesco Petrarca: “No hay lugar para la razón.... contra la fuerza de la pasión” … [anhelando sirva para purificar algún mal momento que hayas tenido y sea potente luz para que aleje la oscuridad…] y un video con la última escena de la película francesa El Concierto, basada en las peripecias del Maestro Andrei Filipov (Rusia, 1980) y algunos músicos de la Orquesta del Bolshoi, despedidos por motivos políticos, al interceptar Filipov un fax del Teatro Chatelet de Paris que invitaba a la orquesta, desconociendo que la orquesta estaba suspendida. El ex-Maestro se arriesga a reunir a los músicos despedidos y se presenta en Paris como la Orquesta del Bolshoi. Y aquí va, amigo Juan, en tu memoria, el fragmento final como recordatorio de esa impresionante actuación del Concierto para Violín y Orquesta de Tchaikovsky, “cuando la música de ese genio opera el milagro y esos músicos rusos desordenados tocan como los dioses”. Estoy seguro lo hubieras disfrutado mucho. ¡Hasta siempre querido compañero!



2. Viejo amigo, ¿Cómo estás?

(Palabras, a invitación de la familia, en la Misa a José (Pepe) Bas, con sus cenizas, el viernes 30 de septiembre de 2011, en la Iglesia Santa Luisa de Marillac, Urbanización La Cumbre)

“Cuando…hayan pasado/ los temblores agónicos, / tendrá el recuerdo abiertas las puertas/a universos remotos/ donde estertores y olvidos/ se abrazan para lanzarse al vacío/ en esa eterna fiesta por la vida / que es la inevitable muerte.”

                                                                               Fragmento de Por Irse, Rufina

Su mirar de tipo bueno, su ingenua sonrisa…, su genio; su pragmática impaciencia de ingeniero; su insistente y metódica dedicación a llevarnos a interiorizar la necesidad de sacar el máximo provecho a nuevas tecnologías para propagar ideas y proyectos...; sus cámaras al hombro (parte de su armadura); el amor a Wanda, hijos y familia… su incuestionable patriotismo y su amistad sincera… Son todas características que nos recuerdan a José (el Pepe) Bas García. Pero no quiero continuar con estas y otras cualidades y cosas ya dichas sobre el Pepe; unas desde la fidelidad, la lealtad, el compañerismo…, otras… Yo quiero, porque podría hablar de amigos verdaderos, de fidelidad y de lealtad -que no son la misma cosa –, traer un emplazamiento.

Antes, permíteme contarte que hace unos días viendo una película, llamó mi atención el ejemplo utilizado por el protagonista principal de la misma en una de sus escenas: una charla motivacional. La tituló: ¿Qué traes en tu mochila? Y comenzaba más o menos diciendo: “Imagina que llevas una mochila. Haz el ejercicio mental. Siente las correas en tus hombros. ¿Las sientes? Mete en ella todo lo que tienes en tu vida. Primero las más sencillas, esas que llamamos pequeñas, las que se acomodan fácilmente en las gavetas, sobre las repisas, cosas que coleccionamos, fotos, cartas.... Siente como el peso va creciendo. Ahora echa cosas más grandes: toda tu ropa, enseres del hogar, lámparas, televisor. La mochila debe estar mucho más pesada. Entonces, ahora echa en ella: sofá, cama, mesa de comedor, auto, casa… los recuerdos. Intenta caminar. Difícil. ¿Verdad? Pues eso hacemos a diario. ¡Cargamos tanto!… hasta vernos impedidos de poder dar un paso. Olvidamos que movernos tiene algo que ver con vivir. Y te pregunto, a cada uno de ustedes individualmente: ¿Cuánto pesa tu vida?

Te estarás preguntando: ¿Y qué tiene que ver el Pepe en todo esto?

Mucho. Parte fundamental del emplazamiento, que al principio dije traería, es la invitación a quemar tu mochila. O mejor aún, a despertar una mañana con ella vacía… Y comenzar a echar sólo lo indispensable. Porque se me ocurre que durante su travesía por la agonía hasta su muerte, el Pepe nos demostró que fue llenando su mochila de caridad – caridad vista como amor, su significado real, el original; ese amor de benevolencia que quiere el bien ajeno, no el tergiversado como limosna según fueron pasando los años y las acomodaticias conveniencias en las diversas versiones de la biblia. El Pepe, desde su lecho de enfermo, en ocasiones amarrado con correas; desde su silla de ruedas; del interior del brillo de sus ojos; en sus ratos de poética locura; en fin, desde su permanente lucidez, practicaba la caridad. Y por ello quiero recordarles un pasaje que ustedes, los aquí presentes -que tienen la dicha y alegría de profesar una fe que no profeso- deben conocer mejor que este servidor:

“Aunque hablara las lenguas de los hombres y de los ángeles, si no tengo caridad, soy como bronce que suena o címbalo que retiñe. Aunque tuviera el don de profecía y conociera todos los misterios y toda la ciencia; aunque tuviera plenitud de fe como para trasladar montañas, si no tengo caridad nada soy. Aún repartiendo todos mis bienes, y entregando mi cuerpo a las llamas, si no tengo caridad, nada me aprovecha. La caridad es paciente, es servicial: la caridad no es envidiosa, no es jactanciosa, no se engríe: es decorosa; no busca su interés; no se irrita; no toma en cuenta el mal; no se alegra de la injusticia; se alegra con la verdad. Todo lo excusa. Todo lo cree. Todo lo espera. Todo lo soporta. La caridad no acaba nunca. Aún desapareciendo las profecías, cesando las lenguas, desapareciendo la ciencia. Con la llegada de lo perfecto, desaparece lo parcial. De niño hablaba como niño, pensaba como niño, razonaba como niño. Ya hombre, dejé todas las cosas de niño. Ahora veo en un espejo, en enigma. Ya veré cara a cara. Conozco de modo parcial, conoceré como soy conocido. Hoy subsisten la fe, la esperanza y la caridad. Pero la mayor se todas ellas es y será la caridad” (Primera de Corintios. 13…)

A ti, traigo esta noche, a ustedes, familiares, amigos y conocidos del Pepe, un emplazamiento. La vida es también encuentro y encuentros; coincidencias y divergencias, confidencias y celebración. Los emplazo, por caridad, a mantener en sus mochilas el recuerdo del Pepe, mantener su nombre vivo en la memoria. Yo que tuve el privilegio de haber disfrutado de su compañía, de cuando en cuando, en la soledad de alguna noche al calor de una o varias copas de vino tinto y las notas de una vieja canción de amor, todavía suelo escucharme decir: Tú, Pepe, viejo amigo, ¿Cómo estás?

Los emplazo a juntar los recuerdos del Pepe que todos los aquí presentes cargamos en nuestra mochila. Y de seguro el Pepe vivirá por siempre. El olvido lleva inevitablemente a la muerte eterna. Sin embargo, mientras alguien nos recuerde, vive la idea de lo que más de uno pensó que éramos, perdura la esencia de lo que fuimos. Quien nos recuerde nos mantendrá inscritos en el Libro de la vida.



3. La cosa habla por si sola… Sigan hambrientos, sigan alocados