domingo, 24 de junio de 2012

Compañeros de luchas y de sueños


“Cada una y cada uno de nosotros tiene en su memoria un particular álbum de recuerdos felices de aquellos días… tuvimos juventud y fue vital/ No hubo besos más fogosos que aquellos que se dieron en el fragor de las brigadas muralistas. El que besó a una muchacha de la brigada… besó el cielo (nada pudo) quitar ese sabor de los labios./ Claro que cometimos errores. Éramos autodidactas en la gran tarea de transformar la sociedad… Metimos la pata muchas veces, pero jamás metimos la mano en los bienes del pueblo./ …es parte de nuestro legado feliz, de nuestra memoria feliz. Y tuvimos modales propios porque una sola palabra bastaba para saber qué éramos y qué soñábamos: Hola compañera, hola compañero. Y con eso ya estaba dicho todo. Que las palabras Compañera y Compañero suenen como una caricia, y bebamos con orgullo el vino digno de las mujeres y los hombres que lo dieron todo, que lo dieron todo y pensaron que no era suficiente.”

                                                            (Este epígrafe es una paráfrasis de líneas escogidas por mí, a propósito a manera de homenaje al compañero Oliverio Serrano, socialista chileno-puertorriqueño— , del  Memorial de los Tiempos Felices  del escritor chileno, Luis Sepúlveda)

  
Me preocupa eso de que se esté muriendo de entre los que conozco gente que no se había muerto antes, me comentó un amigo. ¡Y tan de seguido! Gente de nuestra edad o una década mayor, que si veinte años no son nada, diez mucho menos…., aunque ya no seamos unos niños, pero… A mi también, le dije. En serio. Porque son amigos muy queridos, y eran gente muy vivos, no como esos que a diario vemos caminando sin saberse muertos, a la espera de un llano donde dejarse caer; sin los sueños de los que todavía osamos con soñar, a los que nos orienta la utopía, que como razón, jamás será una mentira, lo diga quien lo diga. Si mal no recuerdo, conocí al Chileno ya más a fines de la década del setenta, unos años más tarde   de aquel 11 de septiembre de 1973 día que “marcaría para los chilenos el fin y la muerte de un modo de vida”, a decir de Matilde Urrutia, compañera de los años maduros de Pablo Neruda. “Hay un loco comunista, chileno, construyendo un barco”, había escuchado decir en Mayagüez. Yo era, por aquellos días, organizador político del Partido Independentista, me animaba algo así como los siguientes versos de Sabina: Se trata sólo de ponerse a sembrar,/ cualquier momento es oportuno,/ se trata sólo de empezar/ con ganas, no me negarás/ que lo hacen dos mejor que uno. Recuerdo que me llevó a conocerlo Henry Gronau, quien construía casas de madera y para esa época también tenía su casa-oficina en Guanajibo. Y allí estaba, frente al mar, entre aquel impresionante esqueleto de madera que iba tomando forma de barco, el hombre alto, de piel curtida al sol y  — con igual intensidad—  con huellas impresas en piernas, manos y rostro por vientos con granizadas de sal. Aquellas iniciales horas de conversación sobre como afrontar el trabajo organizativo de próximas jornadas de lucha me permitieron verlo cual siempre sería: rebelde, militante socialista chileno, inconformista, conspirador; solidario, dispuesto al combate, inmerso en todo el proceso de nuestra lucha independentista. Desde ese instante nos unió el afecto, el respeto y puedo decir que fuimos muy buenos amigos. Siempre compañero, quiso hacer de este archipiélago de islas reflejo de los aires de sabiduría, camaradería, unidad de propósitos y sensibilidades  — y hasta de poesía, esa arma tan poderosa y temida por los enemigos de los pueblos —  de la tan admirada e idílica Isla Negra que Neruda, quizá el más conocido y querido de los chilenos, legara al mundo.
         Oliverio Serrano fue de los que en su acción diaria llevó el convencimiento del hacer posible lo imposible por los caminos por nuestra liberación, aunque perseverante no ajeno al cambio de estrategia cuando el momento lo requería, pues cuando se tienen problemas serios se buscan soluciones. Fue crítico, y abierto a la crítica positiva, supo diferenciar que al venir de sinceros hermanos de lucha, de los nuestros, de los propios, esa crítica es sugerencia, buenos deseos, sano propósito de enmienda. Y consiguió llevar también, en sus ojos, como auténtico chileno, independentista socialista, el brillo de ternura esperanzadora del Pablo militante: “Usted verá todo lo que es posible conseguir cuando ellos sepan a lo que tienen derecho,  Ahora es necesario sacudirles este adormecimiento de siglos.”
         ¡Decía ver la historia bailando con las olas!  Fue un enamorado de la mar. Cuando conocí a Oliverio creí que construía un barco. ¡Y no podía estar más equivocado! En realidad construía un arca, aquel esqueleto de madera sería cubierto por la argamasa que uniría nuestros anhelos de independencia patria, política; donde todos pudiéramos resguardarnos de las tormentas propias de estas luchas; un arca con espacio para todos los que desde los más diversos escenarios de combate nos llamamos: ¡Compañero! 



martes, 12 de junio de 2012

Un hombre comprometido



                                                           A Dennis, Segal, Amalia, Fermín, Mari Mari y José


“Quisiera yo tener aquí delante en este punto todos aquellos que no creen ni quieren creer de cuánto provecho sean en el mundo los caballeros andantes”
                                                     (El retablo de Melisendra) Don Quijote de la Mancha




Cuando los pueblos parecen  quedar reducidos a la constante sensación de que su propia esencia peligra; cuando en cada amanecer se pretende torcer el advenimiento de su luz a preludio de larga noche a merced de la desesperanza; cuando abundan los que luego de analizar si les conviene o no el abandonar su zona de confort lo intentan una vez más repitiendo una y otra vez: ¡cuidado!, ¡peligro!, ¡lo mejor es mantenerse lejos!, hay destellos que alertan, resplandores como de faros; hay seres humanos, gente con derroteros específicos. En mi caminar he tenido la dicha de conocer algunos de estos seres de muchas luces. Y antier me dijeron que uno de los mejores, Juan Santiago Nieves, había partido. Él que cuidó de otros, luchó por el bienestar y se esmeró en velar porque niños con requerimientos especiales y sus familiares tuvieran calidad de vida se descuidó en la suya, no prestó atención a las señales de su cuerpo y a la insistencia de sus más allegados, estuvo ocupado – como de costumbre- atendiendo a otros.

    Ayer, al anochecer, llegué a la Funeraria en Bayamón. Y, característico de Juan, aquello era como la celebración de algún triunfo en una de sus tantas luchas junto al pueblo; el junte de compañeros y de amigos que abarrotaban el amplio salón y la Capilla se transformó en el recuerdo de una época feliz en cada una de nuestras vidas; un mar de amistad bajo el alerón de una noche a la luz de cientos de estrellas que el frío techo de hormigón de ningún salón funerario lograría ni logrará nunca ocultar. Caminé hasta la capilla luego de saludar a tantos buenos amigos y conocidos, a combatientes de las más diversas jornadas… y no encontré a Juan. Sintiéndome algo confundido salí al estacionamiento del lugar atontado, pensé en la posibilidad de los efectos causados por medicamentos que estoy tomando. Entre los autos, una señora encendía un cigarrillo. La noté distinta, distante. Al verme comenzó a hablarme de Juan. Me enteré que había caminado calle abajo, eso me dijo, que creyó verlo pasar. Y que lo observó –insistió-  por un momento, detenidamente, para asegurarse que sus ojos no le estaban jugando una mala pasada. Que él advirtió que ella lo reconoció y acercándose le dijo: en el Capitolio de Puerta de Tierra en este preciso momento intentan masacrar los derechos logrados por los trabajadores de la UTIER tras décadas de luchas; hay un pitiyanqui en Fortaleza que quiere imponer en nuestras escuelas públicas la enseñanza prioritaria del inglés mientras niega recursos a nuestros niños con necesidades de educación especial… y unos estudiantes universitarios necesitan de ayuda legal y solidaridad. Como bien sabes allí está mi lugar…

      Lo observó marcharse en silencio. Y lo vio sonreír.