miércoles, 5 de enero de 2011

Hasta siempre, doña Lydia

“Tal vez entonces
quedemos los benditos
en la inmaterialidad acrisolada
Porque si no somos como Dios,
¿para qué la humildad fementida, la
paciencia
el rodeo del cero
con flores primorosas?


No escribiría yo versos,
no sería el idiota entre
la comunicación y la incomunicación
no estaría yo pensando
que la luz pasea como un viril fantasma
hasta hacerme emerger de nuevo
en el Monte de las Alucinaciones

                                                    Canto de la locura
                                                     Francisco Matos Paoli


No logré evitar recordar, frente al ataúd cubierto con sus banderas de lucha y de vida (la del Partido Independentista Puertorriqueño y la bandera de la estrella solitaria) la frase de Rafael Gómez de la Serna: “Todas las pompas son fúnebres”. Se veía hermosa vestida de blanco. Y parecía una princesa dormitando a la que se le dibujaba el nacimiento de una tímida sonrisa en los labios. Pero ella jamás requirió de acompañamiento suntuoso, ni fue ostentosa, ni gustaba de pavonearse, ni requerirá glorias esculpidas en mármol. Hacía colectas, enviaba cartas, organizaba reuniones y su floristería era un comité más. El precinto 2 de San Juan, la barriada Jurutungo (que piedra por piedra, palmo a palmo, literalmente, fue suya), sus amigos del Consejo Nacional de las Artes, los clientes de la floristería Jardín de España, todos los que le conocimos, somos testigos de ello. Cuando fallecía algún independentista o figura pública enviaba -sin que nadie le pidiera- un arreglo floral a nombre del PIP. Y si la llamaban del Comité Nacional ordenándolo casi de seguro se le escucharía decir: “Ya lo envié”. En asuntos de la patria era de las de “salir a la calle con un sí en el medio del pecho”, como dijera el poeta, porque caminaba por intuición la patria que soñaba. Y es que fue una soñadora, porque “el sueño es un regalo anticipado de la vida, la que nos lleva a un mundo luminoso que está aquí no más, que alcanzamos cuando nos damos cuenta, por eso el primer mandamiento del hombre verdadero es darse cuenta.”  Ella lo supo siempre.

Yo conocí a doña Lydia Alfaro (de aquel legendario grupo que junto a Gilberto Concepción de Gracia, con la esperanza de lograr la independencia de la patria fundó en 1946, en Bayamón, el Partido Independentista Puertorriqueño) recién llegado de la isla –como solíamos decir- hace ya muchos años, cuando las oficinas nacionales del Partido estaban todavía en la Muñoz Rivera en Río Piedras, a unos pasos de la intersección con la avenida universidad. Y el lunes en la noche, en la funeraria Ehret mientras Otho, Osvaldo, Justo Echevarría, Ada Guerra y yo escuchábamos a Rubén contar anécdotas que ejemplarizaban la militancia incansable de doña Lydia y su constancia en la lucha por la independencia recordé que Tomás Borge, el Comandante Sandinista, en una de sus visitas, luego de decirnos que Puerto Rico y América Latina somos tan parecidos como las lágrimas, las gotas de agua, los hermanos mellizos; con idéntico corazón, canto y poesía, nos dijo que había encontrado aquí mujeres semejantes a Manuelita Sáez, a las hermanas Mirabal, a Rafaela Herrera de Nicaragua… que ni el coloniaje, la agresión cultural, la soledad o mala compañía, ni las mentiras, pudieron domesticar la rebeldía y el amor por la libertad…; ni los subsidios y la propaganda capaces de lograr que Puerto Rico dejara de ser Puerto Rico, …que la demagogia, la discriminación, el terror no bastaron para acallar el canto de los coquíes, la magnitud del abrazo, el aire de hidalguía de las mujeres… Entonces escuché a Otho comentar que doña Lydia fue ejemplar conjugando las tareas prácticas del quehacer político hasta las más difíciles (ser solidaria en los momentos de dolor de un compañero, defender puntos de vista como si de cada discusión dependiera la consecución del ideal…). Pero que el rasgo más asombroso y admirable de Doña Lydia era que con la misma naturalidad que hacía un arreglo floral para una novia, un enfermo o quien acababa de fallecer, también, como Matienzo Cintrón o como Swedenborg, hablaba con los ángeles… ¡para que protegieran a Rubén y los luchadores de la libertad!

Y es que en su cercanía se sentía la familiaridad, la solidaridad que proviene de la valentía, del tesón, de la fe, de la hermandad. No tuvo hijos, aunque sus sobrinos lo fueron para ella. Estuvo casada en dos ocasiones: con el español José Manuel Pérez-Morris y más tarde con Gilberto Rodríguez, de quién se divorció. Era la mayor de los siete hijos de Pedro Alfaro y Ramona González.

El martes 4 de enero de 2011, símbolo en sí misma de un partido entero, doña Lydia Alfaro recibió el último homenaje de sus compañeros de lucha en la sede nacional del Partido Independentista Puertorriqueño, en Puerto Nuevo.

Desde La Vieja Noche, nos parece escucharla decirnos (en voz de Casaldáliga): ¡Defiendan esa luz,/ que, no faltando ella,/ camino habrá,/ por más que sea noche! Vaya en homenaje solidario por su vida, una vez más repetido desde lo más alto del corazón puertorriqueño el grito de: ¡Viva Puerto Rico Libre! ¡Hasta Siempre Doña Lydia!

2 comentarios:

  1. Las floristas son seres sumamente delicados pues deben componer hermosura con lo que por si mismo es belleza: la flor.
    Rabindranath Tagore decía: "La brizna de hierba es digna del extenso mundo en donde crece"; yo creo que dona Lydia, fue eso, una delicada brizna de valor en el extenso mundo de la lucha independentista. Mis saludos a ella y su lucha desde Argentina.

    ResponderEliminar
  2. Como siempre, amiga Helvia, con la sensibilidad y la solidaridad y dulzura que te caracteriza. Lástima que a muchos de aquí les falte de lo que es obvio tienes demás. Un abrazo.

    ResponderEliminar