martes, 12 de junio de 2012

Un hombre comprometido



                                                           A Dennis, Segal, Amalia, Fermín, Mari Mari y José


“Quisiera yo tener aquí delante en este punto todos aquellos que no creen ni quieren creer de cuánto provecho sean en el mundo los caballeros andantes”
                                                     (El retablo de Melisendra) Don Quijote de la Mancha




Cuando los pueblos parecen  quedar reducidos a la constante sensación de que su propia esencia peligra; cuando en cada amanecer se pretende torcer el advenimiento de su luz a preludio de larga noche a merced de la desesperanza; cuando abundan los que luego de analizar si les conviene o no el abandonar su zona de confort lo intentan una vez más repitiendo una y otra vez: ¡cuidado!, ¡peligro!, ¡lo mejor es mantenerse lejos!, hay destellos que alertan, resplandores como de faros; hay seres humanos, gente con derroteros específicos. En mi caminar he tenido la dicha de conocer algunos de estos seres de muchas luces. Y antier me dijeron que uno de los mejores, Juan Santiago Nieves, había partido. Él que cuidó de otros, luchó por el bienestar y se esmeró en velar porque niños con requerimientos especiales y sus familiares tuvieran calidad de vida se descuidó en la suya, no prestó atención a las señales de su cuerpo y a la insistencia de sus más allegados, estuvo ocupado – como de costumbre- atendiendo a otros.

    Ayer, al anochecer, llegué a la Funeraria en Bayamón. Y, característico de Juan, aquello era como la celebración de algún triunfo en una de sus tantas luchas junto al pueblo; el junte de compañeros y de amigos que abarrotaban el amplio salón y la Capilla se transformó en el recuerdo de una época feliz en cada una de nuestras vidas; un mar de amistad bajo el alerón de una noche a la luz de cientos de estrellas que el frío techo de hormigón de ningún salón funerario lograría ni logrará nunca ocultar. Caminé hasta la capilla luego de saludar a tantos buenos amigos y conocidos, a combatientes de las más diversas jornadas… y no encontré a Juan. Sintiéndome algo confundido salí al estacionamiento del lugar atontado, pensé en la posibilidad de los efectos causados por medicamentos que estoy tomando. Entre los autos, una señora encendía un cigarrillo. La noté distinta, distante. Al verme comenzó a hablarme de Juan. Me enteré que había caminado calle abajo, eso me dijo, que creyó verlo pasar. Y que lo observó –insistió-  por un momento, detenidamente, para asegurarse que sus ojos no le estaban jugando una mala pasada. Que él advirtió que ella lo reconoció y acercándose le dijo: en el Capitolio de Puerta de Tierra en este preciso momento intentan masacrar los derechos logrados por los trabajadores de la UTIER tras décadas de luchas; hay un pitiyanqui en Fortaleza que quiere imponer en nuestras escuelas públicas la enseñanza prioritaria del inglés mientras niega recursos a nuestros niños con necesidades de educación especial… y unos estudiantes universitarios necesitan de ayuda legal y solidaridad. Como bien sabes allí está mi lugar…

      Lo observó marcharse en silencio. Y lo vio sonreír. 

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