Ocurre que amaneció diluviando. Por segundo día consecutivo. No veo señal de escampada. Y hace algún tiempo quemé naves de tabaco, alcohol y camas de medianoche, no hay niñas, pintas, ni santas Marías; mi cobijo es la escritura. Y las palabras tienden a juntarse, se acurrucan buscando conexión. Todo vale en derredor: la taza de café (caliente aún) cerca a la laptop, la música de fondo, dos libros sobre la mesa (de Saramago y Bioy Casares) y la tibieza de la habitación. Afuera la mañana despierta a la cotidianidad, la vida en sociedad y sus matices. Paragua en mano la prisa empuja a grandes y chicos al transporte que los conducirá al trabajo, al cuido o al estudio, prisa descaradamente excluyente. Cada quien desentendiéndose de lo que ocurra a los demás. Es que la vida a diario nos da la impresión de una selva inextricable. ¿Cómo conectar con sensibilidades diversas? Hablando de lectores... dejándome seducir por la sinceridad. En un principio…el ayer. Nicodemo me dejó el recuerdo de su amistad de siempre. Y en su cuaderno de apuntes los más íntimos sentimientos, su vida recogida en aquellas páginas. Tuvimos en común nuestra infancia y la carga de miserias de los niños de barrio en el poblado que inventamos. Sí, nos inventamos un poblado a una legua de la desembocadura del Río Grande, allá en el Valle de los Infiernos. Lo llamamos: San Antonio del Higüey. Imaginando más allá de lo perceptible, tan lejos como nos llevó el sentimiento inventamos también una familia. Pero fueron reales los desmayos, los amores, las muy escasas primaveras, el mismo sueño viejo que antes también tuvieran otros… Y la espera. Temprano en la vida, privados de la “estabilidad” que suele brindar el seno familiar, vulnerables, expuestos de golpe y porrazo a los quiebres más fuertes, pasamos –salvando las distancias- a ser perros de la calle. Hijos de la sombra dando vueltas por ahí con sólo dos escapularios cogidos con imperdibles bajo la camisilla. Dos solitarios juntos por calles vueltas de pronto amigas bajo aquel cielo distinto, huérfanos de ser la “primera” razón en la vida de alguien. Y por un tiempo, más largo de lo deseado, carentes de mesa nos alimentamos de migajas y en noches sin cobijo nos cubrimos de sereno. Un frío de soledades calaba nuestros huesos pero nadie tenía porqué prestar atención a los deshielos del alma de dos mocosos. El mundo parecía echarnos a la cara el reflejo de lo perdido. No nos quería o prefería ignorar sus propias miserias. Nada presagiaba entonces que pudiera ser de otra manera… Y lo empezamos a ver normal. Pasado el tiempo nos importó un carajo. Al guiño de fugases esperanzas nos sumergimos en las profundidades de algunos vicios. Bajamos al mismo infierno buscando un pedacito de gloria. No hubo cruce de esquina en el poblado ni camino en el barrio que no gritara nuestros nombres. Íbamos de prisa marcando el territorio. Nuestra versión del infinito se nos había hecho, de pronto, mucho más larga. La lucha por una vida que pretendimos nos cupiera toda entre los puños vino a ser nuestra metáfora de la aventura. Las palabras no alcanzan a expresar lo vivido. Así los días fueron y vinieron. Y pasaron algunos años. Aquella escuela del dolor nos obligó a tomar postura y conciencia sobre la realidad: la oscuridad en que nos encontrábamos. Poco a poco rayitos de sol brillaron sobre nuestras cabezas y, aunque alcanzados por las sombras, la vida nos brindó una sonrisa. Dos jóvenes apenas rumiando esperanzas, con nuestros muchos defectos y escasas virtudes -dualidad que nos adornaba- aprendimos que hoy es hoy con el peso de todo el tiempo ido, con las alas de todo lo que será mañana de la mano de los que en los sesenta iban por la vida tras un sueño. Empeñados en tentar porqués en el alma de la gente conocimos de ese Neruda que en su ideario y poesía llevó una multitud a cuestas. Conocimos también de quien no fuera poeta de muchedumbres, el Darío de la protesta escrita sobre las alas de los inmaculados cisnes,... Se nos desveló además, al Martí del himno triunfal en la palabra. Y el verso, la prosa y verbo implacables de Vargas Vila, Llorens Torres y Matos Paoli. Aprendimos junto a aquellos hombres buenos que los que mueren por la vida no pueden llamarse muertos cuando supimos del temple, sacrificio y entrega total a la lucha independentista de Pedro Albizu Campos y Gilberto Concepción de Gracia. Entendimos. Lo vivimos. Y quizás por ello hay quien nos viera como gente muy difícil de aguantar. Con aquellos hombres nos llegó la hora de conocer a otros que en gran medida dieron un vuelco a lo ya escrito en la pared: el abandono, la miseria, la marginación total, nuestras vidas perdidas en vicios y locuras; nos llegó la hora de vestirnos para la cena. Venciendo olvidos, manquedades íntimas y terquedades de Dios, por vez primera fuimos invitados a la mesa. Que la obstinación en ser mezquinos y exabruptos tan previsibles como poco interesantes no nos impidan reconocer la mano amiga. Sin ningún arrepentimiento: Gracias Rubén Berríos, Roberto Aponte Toro, Armengol Iglesias, Bienvenido Vélez… a cada uno en su justa medida. Sentina fuimos y crisol comenzamos a ser…, a decir mejor en palabras prestadas de Martí.
Hace unos días leí un comentario del escritor Antonio Muñoz Molina, en el periódico El País, tras una entrevista por Javier Rioyo a Marcos Ana, Teodulfo Lagunero y Santiago Carrillo -tres viejos comunistas españoles- y decidí retomar la escritura de la novela que les mencioné en este blog. Muñoz Molina invitaba a contar con sinceridad y desvergüenza la propia vida. Y ocurre que Nicodemo murió. Y al llorar su muerte me pregunto hoy ¿qué sentido, si alguno, tendría la palabra callada? ¿De qué valdría? Por ello me propuse extraer de un imaginario cuaderno una vida también inventada por sobrellevar la vivida. Pero una vida contaminada de humanidad, de mundanidad, de situaciones concretas. Estará en sus manos en marzo de 2010: La fiesta de los ausentes.
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Hace unos días leí un comentario del escritor Antonio Muñoz Molina, en el periódico El País, tras una entrevista por Javier Rioyo a Marcos Ana, Teodulfo Lagunero y Santiago Carrillo -tres viejos comunistas españoles- y decidí retomar la escritura de la novela que les mencioné en este blog. Muñoz Molina invitaba a contar con sinceridad y desvergüenza la propia vida. Y ocurre que Nicodemo murió. Y al llorar su muerte me pregunto hoy ¿qué sentido, si alguno, tendría la palabra callada? ¿De qué valdría? Por ello me propuse extraer de un imaginario cuaderno una vida también inventada por sobrellevar la vivida. Pero una vida contaminada de humanidad, de mundanidad, de situaciones concretas. Estará en sus manos en marzo de 2010: La fiesta de los ausentes.
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Poema de fondo:
El loco de la vía
El loco de la vía
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