miércoles, 18 de noviembre de 2009

Alguien descolgó la luna

En este momento me habita la felicidad. Y cuando albergo tal sentimiento evito lo que lo estorbe. Por fin pude sentarme a escribir. Lamento la tardanza.Uno de ustedes me sacó del marasmo de estos días de lluvia sin descanso. Alguien descolgó la luna y se ha quedado a vivir entre nosotros. Y al mismo aire le ha faltado el aliento. Y la mar esta inquieta. Y no hay calma. Digo, yo no tengo, al parecer, esa calma que nos aísla o protege de emociones, en este caso de gratas emociones. Y es que hay detalles… Recuerdo quien nos presentó hace años. La primera impresión: desenfado e inteligencia desbordante, que imposible de contener apabullaba, coartaba; todo ello en una chica de aire parisiense, cabello muy corto, vestimenta casual burgués (a veces usaba un sombrerito chic), que al saberse en dominio pleno de la escena, en aquel ambiente universitario de alegatos, poesía –porque sabe de poesía-  literatura, y teatro… ¡lo disfrutaba! De un cinismo cultivado, sutil… nada vulgar, de muy buen gusto. En cualquier caso el inicio y concreción de la particular amistad de dos muy diferentes entre si, pero con tanto en común. Claro, hay en esto más de un responsable: lo político, la sensibilidad… y amigos. Anteayer recibí de ella, vía correo electrónico, el detalle de unas palabras que me conmovieron, metáfora de un abrazo amigo. Con ese extraño desenfado ya mencionado, tan llamativo como particular, me decía más o menos lo siguiente: “No sé si sabes, pero estoy certificada como interpretadora de sueños, título que me gané con las conversaciones que tenía en las tardes con un amigo que veneraba a Jung (facultad fabulosa –digo yo- que percibo hoy como una portentosa revelación). Y dormía con una libretita en la mesa de noche para apuntar lo que soñaba. A instancias de él empecé por ver a un siquiatra, pero a la tercera visita decidí que era mejor gastar en Marshall's (entonces recién abierto) el dinero que me costaba hablar con aquel extraño, y discutir cosas tales como ¿por qué en mis sueños las medidas eran en sistema métrico y no inglés? Y desde hace días estaba por comentarte algo...  El día de la primera entrega de El vuelo de la garza (o podríamos decir: el día que trocaste el lastre de lo pasado en fabulosas alas cibernéticas), tuve un sueño espectacular, de esos que uno recuerda con toda claridad al otro día, no como un relato, sino como algo que se vio y se palpó. De hecho, fue un sueño con olor a salitre porque se trataba de una visita que hacíamos, en compañía de unos amigos, a un solar que tú acababas de adquirir -o algo así- porque era un terreno que había heredado Rosin, pero en el sueño el entendido era que el dueño eras tú. La localización: algún punto hacia el Norte de la isla, como por Vega Baja o quizás Hatillo. La playa, como pasa en los sueños (¡ay, y también en la vida!), estaba a la vez lejos y cerca. El verde de la grama era como el de las plantas cuando acaba de llover, y en medio, estaba la charca con la que se sueña de niña: grande, grande, con rocas enormes que no resbalan cuando se sube por ellas, y agua que a ratos es transparente y a ratos oscura. Estábamos todos como de fiesta, y con sensación de refugio y descanso. Había un edificio parecido a las antiguas casas de caminero que se había utilizado alguna vez de escuela, y que ustedes iban a convertir en casa. Llegamos luego de caminar mucho, pero no había camino reconocible, ni carros, ni señales, ni verjas. El asunto es que parece que llegaste a un lugar al que todos queremos ser invitados, y que a pesar de lo distintos que somos, ese espacio soñado es parecido para todos, y por eso reconocemos la llegada hasta allí de un amigo. Creo que hay también algo de que no importa ser o no el titular formal de nada sino el uso y disfrute de las cosas. No sé el ¿por qué? Pero quería contarte eso que soñé”.

Te doy mil gracias, amiga mía. Vuelco mis emociones y ansiedades en el refugio del arte y la literatura, es que la ficción me pone a resguardo en mi propia galaxia. Al contemplar hoy en torno a los sesenta años mi vida (una que otra huella de ausencias apenas perceptible sobre la arena mojada de la playa en tu sueño), sea este el lugar que en adelante quiero habitar.

Poema a leer: Vaya uno a saber, de Mario Benedetti
Amiga
la calle del sol tempranero
             se transforma de pronto
             en atajo bordeado de muros vegetales
el rascacielos da la vision despiadada
             de un acantilado de poder
los colectivos pasan raudos
             como benignos rinocerontes
y en un remoto bastidor de cielo
             las nubes son sencillamente nubes…

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