“Cada una y
cada uno de nosotros tiene en su memoria un particular álbum de recuerdos
felices de aquellos días… tuvimos juventud y fue vital/ No hubo besos más
fogosos que aquellos que se dieron en el fragor de las brigadas muralistas. El
que besó a una muchacha de la brigada… besó el cielo (nada pudo) quitar ese
sabor de los labios./ Claro que cometimos errores. Éramos autodidactas en la
gran tarea de transformar la sociedad… Metimos la pata muchas veces, pero jamás
metimos la mano en los bienes del pueblo./ …es parte de nuestro legado feliz,
de nuestra memoria feliz. Y tuvimos modales propios porque una sola palabra
bastaba para saber qué éramos y qué soñábamos: Hola compañera, hola compañero.
Y con eso ya estaba dicho todo. Que las palabras Compañera y Compañero suenen
como una caricia, y bebamos con orgullo el vino digno de las mujeres y los
hombres que lo dieron todo, que lo dieron todo y pensaron que no era
suficiente.”
(Este epígrafe es una paráfrasis de líneas escogidas
por mí, a propósito
—a manera de homenaje al compañero Oliverio Serrano, socialista
chileno-puertorriqueño— , del Memorial de los Tiempos Felices del escritor chileno, Luis Sepúlveda)
Me preocupa
eso de que se esté muriendo —de entre los que conozco— gente que no se había
muerto antes, me comentó un amigo. ¡Y tan de seguido! Gente de nuestra edad o
una década mayor, que si veinte años no son nada, diez mucho menos…., aunque ya no seamos
unos niños, pero… A mi también, le dije. En serio. Porque son amigos muy
queridos, y eran gente muy vivos, no como esos que a diario vemos caminando sin
saberse muertos, a la espera de un llano donde dejarse caer; sin los sueños de
los que todavía osamos con soñar, a los que nos orienta la utopía, que como
razón, jamás será una mentira, lo diga quien lo diga. Si mal no recuerdo, conocí
al Chileno ya más a fines de la década del setenta, unos años más tarde
de
aquel 11 de septiembre de 1973 —día que “marcaría para los chilenos el fin
y la muerte de un modo de vida”, a decir de Matilde Urrutia, compañera de los
años maduros de Pablo Neruda—. “Hay un loco comunista, chileno, construyendo un
barco”, había escuchado decir en Mayagüez. Yo era, por aquellos días, organizador político del Partido Independentista,
me animaba algo así como los siguientes versos de Sabina: Se trata sólo de ponerse a sembrar,/ cualquier momento es oportuno,/ se trata sólo de empezar/ con ganas, no me negarás/ que lo hacen dos mejor que uno. Recuerdo que me llevó a conocerlo Henry
Gronau, quien construía casas de madera y para esa época también tenía su casa-oficina en Guanajibo.
Y allí estaba, frente al mar, entre aquel impresionante esqueleto de madera que iba tomando
forma de barco, el hombre alto, de piel curtida al sol y
— con igual intensidad— con huellas impresas en piernas, manos y rostro por vientos con granizadas de sal. Aquellas iniciales horas de conversación sobre
como afrontar el trabajo organizativo de próximas jornadas de lucha me permitieron
verlo cual siempre sería: rebelde, militante socialista chileno, inconformista,
conspirador; solidario, dispuesto al combate, inmerso en todo el proceso de nuestra lucha
independentista. Desde ese instante nos unió el afecto, el respeto y puedo
decir que fuimos muy buenos amigos. Siempre compañero, quiso hacer de este archipiélago de
islas reflejo de los aires de sabiduría, camaradería, unidad de propósitos y
sensibilidades
— y hasta de poesía, esa arma tan poderosa y temida por los enemigos de
los pueblos
— de la tan admirada e idílica Isla Negra que Neruda, quizá el más
conocido y querido de los chilenos, legara al mundo.
Oliverio Serrano fue de los que en su
acción diaria llevó el convencimiento del hacer posible lo imposible por los
caminos por nuestra liberación, aunque perseverante no ajeno al cambio de
estrategia cuando el momento lo requería, pues cuando se tienen problemas
serios se buscan soluciones. Fue crítico, y abierto a la crítica positiva, supo
diferenciar que al venir de sinceros hermanos de lucha, de los nuestros, de los
propios, esa crítica es sugerencia, buenos deseos, sano propósito de enmienda.
Y consiguió llevar también, en sus ojos, como auténtico chileno, independentista socialista, el brillo de ternura esperanzadora del Pablo militante: “Usted verá todo
lo que es posible conseguir cuando ellos sepan a lo que tienen derecho, Ahora es necesario sacudirles este
adormecimiento de siglos.”
¡Decía ver la historia bailando con
las olas! Fue un enamorado de la mar. Cuando
conocí a Oliverio creí que construía un barco. ¡Y no podía estar más equivocado! En realidad construía un arca,
aquel esqueleto de madera sería cubierto por la argamasa que uniría nuestros
anhelos de independencia patria, política; donde todos pudiéramos resguardarnos
de las tormentas propias de estas luchas; un arca con espacio para todos los que
desde los más diversos escenarios de combate nos llamamos: ¡Compañero!